“Mi mayor honra es surgir del seno de los oprimidos, que son el alma y nervio de la raza”…… (Augusto Nicolás Calderón Sandino)


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lunes, 6 de mayo de 2013

CRISTIANISMO Y SANDINISMO














 Tomás Borge Martinez...



Muchos se preguntarán:

¿Qué hace en un congreso de teología un guerrillero que ahora es ministro del interior de la Nicaragua revolucionaria?

Seguramente ustedes ya se han dado la respuesta, pero es bueno que nosotros demos la nuestra.

La revolución sandinista ha sido considerada, con justicia, la más generosa de la historia; es una revolución sin pena de muerte, sin bombas lacrimógenas, con cárceles de régimen abierto y con habeas corpus. Es una revolución de los pobres, una revolución por la paz y la vida.

Algunos de los principios morales del cristianismo son los principios morales de la revolución aplicados a la realidad concreta de Nicaragua.


¿Qué de extraño tiene, entonces, que un representante de esta revolución este aquí? ¿Qué de extraño tiene que estemos entre ustedes si en Nicaragua se ha producido un proceso de convergencia y de identificación entre los revolucionarios sandinistas y los revolucionarios cristianos? ¿Qué de extraño tiene estar aquí si muchos revolucionarios sandinistas son cristianos y muchos cristianos son revolucionarios sandinistas?.


No soy un teólogo, ni un sacerdote como dijo el cable de una agencia de noticias. Soy revolucionario de un país que está orgulloso de tener una geografía desproporcionadamente pequeña al tamaño de su poesía, de su generosidad, de su revolución. Los hombres y los pueblos - como se sabe – veneran sus orgullos nacionales, los cuales nos obligan a seguir siendo hasta siempre poetas, a seguir siendo hasta siempre generosos, a seguir siendo hasta siempre revolucionarios.


En América Latina, por otra parte, se ven cada vez más guerrilleros y teólogos, combatientes y sacerdotes, caminando juntos las mismas fatigas, alimentándose en el mismo plato de las luchas populares y compartiendo abundantes esperanzas.

A veces, en un solo revolucionario se han juntado el sacerdote y el guerrillero, a través de esa historia latinoamericana cada día más ancha y más parecida a sus árboles, a la nariz aplastada y cordial de sus indios, cholos y mestizos.

No me refiero sólo a Camilo Torres, el pionero, o a Ernesto Cardenal y la comunidad campesina de Solentiname, o a la experiencia de la comunidad cristiana universitaria del barrio Riguero, o a los sacerdotes guatemaltecos asesinados, a Gaspar García Laviana, a monseñor Arnulfo Romero; me refiero también a Fray Bartolomé de las Casas, al obispo Antonio Baldivieso, crucificado por los hermanos Contreras, primeros tiranos de Nicaragua; me refiero a Miguel Hidalgo y José María Morelos, “Sacerdotes Guerrilleros”, como les llamo Jacques Lafaye.

Si la cruz y la espada fueron armas de dominación colonial, la cruz y el fusil frecuentemente reivindicaron el derecho y el deber de los cristianos en su identificación con los pobres.

En Nicaragua hay cristianos que entienden la caridad, el amor y la justicia como la negación del hambre, del analfabetismo, del atraso económico y de la dependencia; hay cristianos que niegan las limosnas al pie de los portales, la caridad, el amor y la justicia reservados para los fines de semana.

En Nicaragua hay cristianos que visten al desnudo, desarrollando la industria textil, dan de comer al hambriento, aumentando la producción de granos básicos y distribuyendo con equidad los limitados recursos alimenticios de la nación.

Los cristianos nicaragüenses se enfrentan con valor a los herederos de quienes consagran a la hija de Anastasio Somoza García como reina del ejército, ciñéndole la corona de oro de la Virgen de la Candelaria,

Y a quienes nombraron al viejo y cruel dictador “Principe de la Iglesia”.

Los cristianos nicaragüenses se enfrentan –a despecho de las excomuniones –a los que hacen ofrendas en el altar olvidándose de las reconciliación; a los que dicen que aman a Dios mientras mastican, con odio visceral, hombres y principios, violando la segunda ley del evangelio, el amor al prójimo.

No se puede servir a Dios y a las riquezas. Eso, desde luego, no importa a los saduceos; para ellos, el oro era Dios. La plusvalía era Dios, la máquina que vomita tornillos es Dios, la bomba de neutrones es Dios; la mentira, si es desafiante, es Dios; la indiferencia, el silencio, el desprecio al ruego por la paz y los muertos es Dios. Es Dios el que tira las sobras para que Lázaro las comparta con los perros de Epulón; Dios es la Alianza para el Progreso, el macartismo, el derecho divino de apuntar con la artillería de los portaviones a nuestras costas erizadas de langostas inexplotadas y de caseríos miserables.

Son los nuevos dioses de la sociedad de consumo; los mismos dioses que le hablan al mundo desde circuitos de televisión con mentiras descomunales que se transforma en verdades por obra y gracia de la credibilidad que es inmanente a los dioses; son los dioses modernos que han sido capaces, gracias al poder de su técnica, de coexistir con las contradicciones de la torre de Babel.

La filosofía de estos dioses es la de la muerte. Las expresiones ideológicas de la teología de la muerte proponen alentar esperanzas, en el sentido de que la transformación social es decidida integralmente desde el cielo. Todo, inclusive el mal, la tiranía, el imperialismo, es obra de Dios. El enfrentamiento oficial con estas decisiones divinas se redujo en la simple crítica, al llamado moral.

El pueblo nicaragüense –igual que muchos pueblos del mundo –ha sido víctima de estas ilusiones programadas fríamente para consolidar la explotación, para burlarse de la inocencia, para mentir deliberadamente y construir la justificación de la angustia.

En Nicaragua, claro está, se agotan las posibilidades esenciales de la mentira. No hubo otra alternativa que padecer y combatir la violencia, que destruir con violencia las mentiras, es decir, las causas de la violencia.

Las condiciones materiales esenciales para derrocar la violencia en Nicaragua se desarrollan en la década de 1950, dentro de un proceso de restructuración, siniestro e inevitable, en el contexto histórico del sistema capitalista internacional que integra a toda América Latina. Con el desarrollo capitalista del campo para la producción algodonera se da un proceso de explotación que priva al campesino y también al artesano de sus medios de producción, es decir, de las formas precapitalistas que les permitían soportar la sobreexplotación, con una conciencia donde la inconformidad fue, por mucho tiempo, un adjetivo.

El desarrollo industrial de la ciudad, que se produce especialmente a partir de 1960, no fue capaz de absorber las masas que emigraban del campo en busca de trabajo, de luz eléctrica, de sorpresas, de quien sabe qué, y que iniciaron la construcción de sus expectativas y de pobres castillos con cajas de cartón en la periferia de nuestras ciudades.

A lo largo de los años 50 el movimiento popular revolucionario evoluciona hacia formas armadas de lucha. Algunos de los movimientos armados son dirigidos todavía por el sector de la burguesía que se opone a Somoza y que llegó a creer que los fusiles eran fáciles, que las reservas para enfrentarse a la fatiga se vendían en el supermercado; constituyen los últimos intentos de esta clase por sostener una oposición activa frente a la dictadura. La burguesía nicaragüense se caracterizó por su falta de homogeneidad y de organización ideológica, de una visión estratégica y táctica, por su vocación a la estridencia, a cierto barroquismo primitivo y brutal. Los sectores revolucionarios buscas entre confusos, alegres y optimistas, el aprendizaje de sus propias experiencias. El 23 de Julio de 1961, bajo la guía de Carlos Fonseca, se fundó el FSLN.

Los primeros contactos entre revolucionarios sandinistas y sacerdotes católicos fueron enfrentamientos en los que predominó la cordialidad personal y la desconfianza política e ideológica.

Nos faltó la fe y empezamos a hundirnos en el agua hasta que el sentido común y el instinto de la supervivencia nos dio la mano para producir y reproducir el encuentro.

Inicialmente, queríamos ayuda cristiana para garantizar que la victoria revolucionaria, que parecía lejana e inevitable, no se convirtiera en una orgia de sangre; fue una previsión para negar la venganza.

Quiero con esto decir que los intentos primarios fueron de carácter táctico. Se tenía temor –a nivel de cristianos –de que nosotros pretendíamos instrumentalizar la fe en beneficio de un proyecto político. Examinando retrospectivamente aquel primer abrazo fraterno y desconfiado –yo tenía miedo de que finalmente me convencieran de que existía el infierno que me había relatado, para deleite de mis temores nocturnos, el obispo de Matagalpa-, me parece que Carlos Fonseca, que todos nosotros, no creíamos nunca que el cambio epistolar con Ernesto Cardenal y los positivos diálogos con Uriel Molina fueran más allá de un entendimiento coyuntural, de una búsqueda de protección a nuestra seguridad personal o de alguna declaración parroquial antisomocista.

No fuimos ajenos a las discusiones filosóficas mas con asombro mutuo fuimos descubriendo que era más importante discutir sobre la geometría del amor. Un amor compartido por lo que ellos llamaban el pueblo de Dios y nosotros, obreros y campesinos.

Nosotros estábamos seguros de que era correcta la afirmación de San Hilario: “Los ricos son ladrones o hijos de ladrones”. Fue relativamente rápido el advenimiento de la concepción de que los ricos deberían desaparecer, no como seremos humanos, sino como explotadores, precisamente para que recuperaran su condición de seres humanos o, por lo menos, para que los pobres se convirtieran en seres humanos.

El polo de atracción en que se convirtió el FSLN fue determinante para que el proceso evolucionara hacia nuevas formas de comprensión entre cristianos y organización política de vanguardia.

El frente sandinista estructuró lo que llamamos organizaciones intermedias, especie de vasos comunicantes con distintas organizaciones: sindicatos, grupos artísticos, asociaciones estudiantiles y de mujeres.

La formación de comunidades cristianas, alrededor de parroquias periféricas, donde jóvenes creyentes se aglutinaban alrededor de una fe que incluía la identificación con los pobres, los acercó al frente sandinista, que tenia preferencias inequívocas por los explotados.

Esta aproximación a las clases revolucionarias desde áreas cercanas, pero diferentes, nos indujo, sin preconcebir una estrategia, a darle categoría de organización intermedia, de cordón umbilical, a las agrupaciones cristianas juveniles.

En ese momento arranca una interrelación dialéctica entre cuadros del FSLN vinculados al trabajo en las comunidades cristianas y cuadros cristianos –ubicados en una disciplina orgánica –a trabajar en estructuras típicamente políticas. Este proceso llegó a fundir las líneas de demarcación. En cierta forma, la alianza se convirtió en integración. La desconfianza fue extraída del sombrero del mago y tirada al cesto de los papeles inútiles.

El idealismo moral de los revolucionarios no logró prever en aquel momento que se había introducido como cuchillo de mesa en cubo de mantequilla la lucha de clases en el seno de la iglesia nicaragüense.

La presencia de capellanes militares en la guardia genocida fue observada como un fenómeno natural en que algunos sacerdotes, como individuos, eran conducidos de la mano a la corrupción por aquella sociedad descompuesta en la que la alegría de vivir se confundía con el olvido de principios morales elementales.

Poco a poco fue adquiriendo forma en nuestras conciencias la expectativa de que era posible hacer una revolución con la iglesia y para el pueblo castigado y rebelde.

Cuando conocimos a hombres inteligentes y puros como Fernando Cardenal, sacerdote jesuita, que estaba ungido por un destino inevitable a dirigir la Cruzada Nacional de Alfabetización, nuestras esperanzas crecieron.

Pero la historia es terca como mula chontaleña, y los representantes ideológicos de la resignación, de la explotación y de la muerte se alinearon al lado de los ricos y de sus amos imperiales.

Aquella expectativa fue un sueño mientras estábamos dormidos al margen de la historia. Por ahora hemos perdido la esperanza de que algunos conductores o sectores de la iglesia nicaragüense comulguen en los platos de barro donde escasean el pan y la nostalgia, sin perder la esperanza de que alguna vez se va a producir la liberación de la teología, que es el paso definitivo para que se cumpla la teología de la liberación.

Los cristianos siguen buscando, en medio de una lucha frecuentemente irritante, la vivencia de su fe. Cristianos de origen popular intentar vivir su fe en la identificación con sus propios intereses de clase y cristianos provenientes de otros sectores sociales hacen el esfuerzo de la humildad para identificarse con los pobres; pobres que han dejado de ser o están dejando de ser religiosos tradicionales. A estos pobres que, impulsados por su situación, se organizaron en su momento para tomar tierras en el campo, o en la ciudad para hacer reivindicaciones inmediatas en los barrios periféricos, les resulta difícil concebir que alguien se identifique con su miseria económica, si no se identifica también con sus necesidades políticas y con su actitud frente al retorno de un estado causante de la pobreza y de la represión. De esta manera, los cristianos nicaragüenses van aprendiendo, no a modificar su fe, sino a comprender la forma de vivir la fe.

El frente sandinista es celoso guardián de nuestras tradiciones, evidentemente porque no somos dogmáticos, porque somos irredentos de nuestra vocación crítica. Este antidogmatismo es igualmente el que nos permitió, en última instancia, captar la fuerza revolucionaria que son capaces de ejercer los cristianos. El padre Gaspar García Laviana y los cristianos que dieron su vida por nuestra revolución, los cristianos que hoy están dispuestos a dar su vida por la revolución, sintetizan esta experiencia.

El profeta Habacuc tenia ante sus ojos al pueblo nicaragüense cuando dijo “Pendencias hay y altercados se suscitan, pues desaparece la ley y el derecho no aparece nunca. El injusto acorrala al justo, por eso aparece el derecho torcido”. Una revolución, precisamente, es una pendencia y un altercado que se suscita porque desaparecen la ley y el derecho. Hacer una revolución es enderezar el derecho torcido, es quebrar el vidrio barato del poder reaccionario con que el injusto acorrala al justo. ¿Cómo se iban a poner los cristianos –que se educaron en el combate a los pobres –del lado de los ricos de quienes el salmista dice que “devoran a los indigentes de la tierra y a los pobres de entre los hombres”?.

¿Cómo se iban a poner del lado de quienes dice Isaías: “Ay de los que amontonáis casa con casa y campo con campo juntáis, hasta ocupar todo el lugar y quedaros solos en medio del país”? La hora de la revolución es la hora en que los ricos han quedado solos; es la hora de las tristes alarmas para quienes han amontonado casa con casa para iniciar el crujir de dientes, “sus reservas se han podrido y sus vestidos están comidos por la polilla”.

La revolución es el óxido que los ricos encuentran en el oro y la plata; es el fuego que quema sus carnes; el infierno es, exactamente, el clamor de los asalariados, es la queja de los segadores, es el inocente que condena porque tiene en sus manos las armas de la defensa. “Porque el rico –dice Santiago –pasará como la flor del campo. Se levanta el sol, viene el calor, seca la hierba y marchita la flor, sin que nada quede de su belleza. Así también se marchitará el rico en medio de sus empresas”. Los ricos se marchitaron en Nicaragua, los estamos ayudando a despojarse de sus egoísmos y nos sentimos dichosos, irreversibles y confiados.

La flor del campo no se seca, ciertamente, sin resistencia. Los que acorralaron al pobre, los que torcieron el derecho, los que se engrandecieron y enriquecieron llenando su casa de lo defraudado, los que no respetaron la justicia de los pobres, los que engordaron y relucieron –dice Jeremías –los que codiciaron campos y los arrebataron, los que urdieron el mal en sus lechos y al despuntar la mañana lo llevaron a cabo –dice Miqueas –,los que robaron casas en vez de construirlas –nos revela Job -,los que creyeron que sus ojos y plata nunca se iba a oxidar, los que creyeron que el inocente nunca se iba a defender, los que deben de ser arrojados al fuego porque son árboles que no dieron frutos buenos –reitera Mateo -; estos, jamás en la historia se han resignado a perder el poder, y siempre harán todo lo posible porque retorne triunfante el reino del mal gusto, de la injusticia y de la violencia.

Ya en los primeros tiempos del cristianismo, el propio Jesús y profetas como Ezequiel tuvieron que denunciar a quienes intentaron, y aún hoy intentan, convertir a la religión “en un puro negocio”. Las clases que nuestra revolución desalojó del poder eran y son expertas en el negocio de la religión. El analfabetismo que durante siglos consumió la capacidad creadora de nuestro pueblo no es ajeno a un determinado tipo de religiosidad que esas clases supieron utilizar con la misma habilidad con que arrancaban plusvalía con uñas y dientes. La campaña de alfabetización, a través de la cual en solo cuatro meses logramos reducir cuantitativamente ese analfabetismo de siglos, fue combatida argumentando con cinismo que le arrebataban al pueblo la libertad de ser ignorante.

Pero aprender a leer y escribir es apenas el primer paso hacia la conciencia crítica y objetiva de las relaciones de los hombres entre sí y con la naturaleza. La formación de esta conciencia es un proceso. Por eso hemos tomado en serio la creación masiva de centros preescolares, escuelas primarias, escuelas secundarias. Pero, entre tanto, subsisten algunas actitudes, ideas y hábitos de comportamiento consagrados por la repetición y la ignorancia de casi quinientos años. Y esto explica, para decirlo aunque sea una vez, las posibilidades de manipulación de los sentimientos religiosos del pueblo nicaragüense en contra de su propia revolución.

Ustedes, por ejemplo, habrán oído hablar de la “Virgen que suda”. El diario La Prensa –un diario norteamericano que se publica en Managua –le dio mucha publicidad, se trataba de una estatuilla de yeso que, según la propaganda, sudaba por los pecados de la revolución. Se descubrió después que ese sudor no era más que el resultado de un simple proceso físico, previamente inducido, y que La Prensa le había estado haciendo propaganda a un embaucador. En el mismo sentido, se trató de hacer ver las inundaciones del año pasado como un castigo de Dios. De igual manera se nos ha presentado como perseguidas por el gobierno, a figuras religiosas que, al mismo tiempo, se intenta proyectar como figuras políticas. Se ha sostenido una campaña sistemática mediante la cual se trata de enfrentar a nuestro pueblo con el gobierno revolucionario, asociando a este con el comunismo y asociando a la religión con la defensa de la democracia y con el modo de vida norteamericano.

Como ustedes saben, este tipo de confrontación, artificialmente creado, se inscribe dentro de una estrategia más amplia. Conscientes del potencial revolucionario del cristianismo, los enemigos del hombre en los últimos tiempos han concedido una importancia estratégica especial a la lucha ideológica.

Esto explica la formación de organizaciones norteamericanas como Moral Majority, la Voz Cristiana, la Mesa Redonda Religiosa, el Instituto sobre Religión y Democracia que, según entiendo, fue visitado por nuestro ilustre arzobispo. El trabajo de estas organizaciones persigue, como se sabe, el control de las iglesias norteamericanas y de las iglesias de América.

En el trasfondo, se encuentra el llamado conflicto este-oeste. Todos nuestros problemas, si nos atenemos a esta tesis, derivarían en este conflicto. De acuerdo con estos planteamientos, en lo que respecta en particular a Latinoamérica, el enemigo externo es la Unión Soviética, es Cuba, es Nicaragua. Se pretende también que lo sean sacerdotes, pastores y cristianos comprometidos con la revolución. Todo esto ha quedado claro en el documento de Santa Fe y en las declaraciones de Reagan y de su nostálgico grupo de asesores.

El Instituto sobre la Religión y Democracia se vincula con el movimiento neo conservador que representa, en gran medida, la administración Reagan, a través de diversos canales; uno de los más importantes es la “coalición por una mayoría democrática” creada en 1972, y entre cuyos miembros figura la distinguida dama Jeanne Kirkpatrick. Es significativo que la primera aparición del instituto se produjera en 1981, y que tuviera como tema El Salvador, anunciando una campaña contra la implicancia de las iglesias en el proceso revolucionario de Centroamérica.

La “democracia” y el “reformismo” han intentado una política de recuperación acurrucada en la estrategia de retorno de la hegemonía norteamericana, que prioriza la lucha en el área religiosa y en la política exterior, y se propone diferenciarse, inútilmente, de tendencias conservadoras de comprobado desprestigio como el macartismo y la “nueva derecha” que pone énfasis en el “enemigo interno” y es formalmente más radical que el neo conservadurismo que representa la administración Reagan.

Sobre este trasfondo es como se perfila el conflicto que bajo disfraz religioso se trató de provocar en agosto de 1982 en la ciudad de Masaya. Aquí la contrarevolución tropezó con la fe revolucionaria del pueblo cristiano. Esto explica el conflicto que se ha tratado de suscitar en la Costa Atlántica, instrumentalizando a algunos pastores moravos y de algunas sectas, y aprovechando las características étnicas y culturales de la población misquita, cultivadas artificialmente por la dominación británica, en los tiempos en que trato de apoderarse de la Costa Atlántica de Nicaragua, prefabricado una monarquía misquita.

Zelaya Norte, habitada por la etnia misquita, ha pretendido ser separada de Nicaragua por medio de la violencia y el terror; Zelaya Norte es parte de Nicaragua, y cualquier intento separatista es antihistórico, favoreciendo solamente al imperialismo.

También sobre ese trasfondo es como se explican los malos entendidos que rodearon la pasada visita del papa a Nicaragua. Nos bastará un ejemplo para demostrar hasta qué punto los negociantes de la religión intentaron “vender” su mercancía ideológica convirtiendo en reclame la figura del papa.

El día anterior a la llegada del papa a Nicaragua los guardias somocistas habían asesinado a 17 jóvenes. Las madres de esos jóvenes le solicitaron al papa una oración por sus hijos caídos. Cada una de las quinientas mil personas que habían congregado para oír la voz del Vaticano tenían fresca la fragancia del martirio. Muchos de los que en la plaza 19 de Julio pidieron , con lágrimas en los ojos y gritos desgarradores, una oración por los caídos, ya cayeron, sin oración del alto nivel eclesiástico, en la defensa de su patria. Era, pues, explicable, más bien obligatorio, que, quienes durante más de cuarenta años han sido víctimas de la violencia, al encontrarse con quién consideran el máximo representante de Dios, le pidieran una oración por la paz. Nadie puede censurarnos si comentamos aquella omisión, que fue un gran silencio, un dramático atentado contra el buen sentido, sin lastimar los principios de la diplomacia y del buen gusto.

En Nicaragua, bajo el somocismo, existió persecución religiosa. Sacerdotes, religiosos, religiosas, fueron perseguidos, encarcelados y algunos de ellos asesinados.

En algunos países de Centro América existe persecución religiosa. Entre los funcionarios del actual gobierno salvadoreño, figura el asesino de Monseñor Romero. ¿Quién no lo conoce? Eso no es ninguna nueva noticia, y tal vez por ello los medios de información que controla el imperialismo no nos dicen nada acerca de la persecución religiosa en Nicaragua, mientras tanto, el monseñor de la contrarevolución reitera en concentraciones públicas, sermones, homilías y chismes de sacristía sus posiciones políticas reaccionarias citando el evangelio fuera de contexto.

¿Cómo acusar, entonces, a la revolución sandinista de persecución religiosa? Es sencillo. Aplicamos el maniqueísmo y basta. La revolución es comunista y, por lo tanto, enemiga de la religión. Los sacerdotes que apoyan a la revolución consiguientemente son infiltrados y están vendidos al oro de Moscú. Nuestro compromiso histórico de respetar y fortalecer el contenido religioso de las fiestas patronales es falso, como son falsas las lágrimas que derramamos por la muerte de monseñor Romero. Nuestro amor por los preferidos de Jesús, los niños, es demagogia. Nuestro silencio prudente por la pastoral que invita al pueblo a desobedecer la Ley del Servicio Militar Patriótico tiene proyectos inconfesables. No hemos asesinado sacerdotes, pero esa es maniobra táctica, dicen ellos. No hemos cerrado iglesias seguramente para engañar a la opinión pública. Recibimos al papa y gastamos decenas de millones de córdobas en transporte y atenciones, pero, claro está, fue para insultarlo pidiendo que orara por nuestros muertos y dijera una oración por la paz.

¿Por qué será, me pregunto, que muchos cristianos han sido acusados de marxistas y nunca un marxista ha sido acusado de cristiano? ¿Qué es lo que ocurre en la práctica? Han sido desplazados de sus parroquias monseñor José Arias Caldera y el dominico Manuel Batalla; se les ha suspendido su licencia de oficiar misa al jesuita norteamericano Peter Marchetti y al jesuita español Luis Medrano, sólo por citar algunos ejemplos de las presiones que han tenido que soportar muchos religiosos.

¿Quién es, entonces, el perseguidor? ¿Quiénes son los perseguidores? De acuerdo con el evangelio del imperialismo, identificarse con los pobres es ser anticristiano e identificarse con la política norteamericana es cumplir con los mandamientos de la ley.

En América Latina los sacerdotes, los religiosos y las religiosas perseguidas han sido siempre aquellos que se identificaban o se identifican con los pobres. Perseguidos en Chile, El Salvador y Honduras y refugiados en Nicaragua por la misma causa. Por eso decía monseñor Romero “En América la iglesia padece el destino de los pobres: la persecución”.

En América Latina, el cuarenta por ciento de la población vive en harapos y con las tripas vacías, no se sabe con exactitud si el analfabetismo, que otorga la superioridad de los anteojos rigurosamente medidos y de las enciclopedias británicas a los explotadores, abarca el cincuenta o el sesenta por ciento de los centroamericanos; de cada mil niños que nacen, más de doscientos son víctimas de homicidios –la gastroenteritis a la cabeza –sin que sean conocidos por los tribunales de justicia.

Los mercaderes de contrarevolucionarios podrán ingeniárselas para que estas contradicciones avancen hacia la explosión con paso de tortuga, pero no podrán impedir que un día de tantos se incendie la última, la única mecha, que iniciará la deflagración de la pólvora latinoamericana. 

En Nicaragua han boicoteado nuestras fuentes de financiamiento externo, pero no podrán agotar las fuentes de la creatividad popular. El imperialismo tiene capacidad real para reducir, hasta la cólera y la autocompasión , nuestras divisas, pero será incapaz de agotar nuestras reservas de patriotismo, nuestra voluntad de resistir.

La contrarevolución seguirá destruyendo caminos, escuelas y centros de desarrollo infantil, pero no podrá impedir que nuestros campesinos recién alfabetizados sigan aprendiendo la perspectiva del alfabeto, la nueva eficiencia de los surcos.

La bestia seguirá comprando a Caifás, pero no podrá comprar a los cristianos para que renuncien a ser revolucionarios.

En Nicaragua prohibimos el uso de los símbolos religiosos en la propaganda mercantil convertida en hábito para las fiestas de navidad, para vender ilusiones y ropas importadas.

En Nicaragua hemos negado a los leones que devoran hombres para deleite de los magnates; al mismo tiempo que luchamos por la multiplicación de los panes, tenemos aversión por el idiota, ridículo y alienante mercado de consumo superfluo.

Las posibilidades del desarrollo económico son objetivamente limitadas, y aunque hemos logrado amedrentar a la miseria seguiremos, gracias a Dios, siendo pobres. Nuestro único proyecto posible a mediano plazo histórico la resurrección de la vida, es decir, la vigencia del amor. Y para lograr este objetivo estamos enjuiciando el individualismo en el tribunal de la vida y del amor.

Vamos a interrumpir a los seres egoístas y parcelados. Vamos a construir, así nos cueste la excomunión o la muerte, la sociedad comunitaria que fue concebida, aunque en términos elementales, por los primeros cristianos en las catacumbas romanas, desde luego, con clara conciencia de una nueva dimensión económica y social.

Esto no es fácil. Heredamos una sociedad dependiente, con agujeros de ratas y aguas contaminadas. La economía nicaragüense con uñas y dientes lucha por un desarrollo autónomo enfrentándose a los implacables mecanismos de control del mercado internacional, al monopolio tecnológico y a las negativas de financiamiento.

Hay presencia y residuos de la producción capitalista; todavía sobreviven y sobrevivirán por algún tiempo forma precapitalistas de producción, que reproducen salarios cualitativamente inferiores al valor real de la fuerza de trabajo.

Nicaragua, la tierra de la resurrección de los vivos, está cercada por las agresiones militares, el endeudamiento externo, los colmillos feroces del intercambio injusto. Frecuentemente el silencio y el olvido nos insultan más que las calumnias.

Pero hay calumnias que tienen especial relevancia. Frente a testigos en su mayor parte perplejos –aunque no me queda la menor duda que también a testigos satisfechos -, se han levantado, en un momento medido con fría exactitud, acusaciones divorciadas de la lógica elemental, pero que, con una reiteración que no tiene el menor rastro de remordimiento, tratan de aislar a la Nicaragua agredida y asediada.

¿Qué es lo que se pretende?.

El objetivo no es únicamente Nicaragua; es Centroamérica, es España y el aporte de la nueva democracia española de la paz en Centroamérica.

¿A quién benefician estas calumnias que además de ser despreciables son cobardes?

¿Contra quién están dirigidas?.

¿Será contra el poderoso país, dueño del oro, de armas mortíferas y de una prepotencia feroz que ha decidido ser propietario de los destinos de Centroamérica?.

¿O será contra el país pobre, desarrapado, semidestruido, que no tiene más fuerza que su amor por la independencia recién adquirida y su terca defensa de los sueños y esperanza de los oprimidos?.

Las opciones están claras: O se defiende al gigantesco agresor o se está del lado del pequeño, pero digno, país agreçdido. O se está con David o se apuntan con Goliath. No hay más alternativa.

Para nosotros solo hay una opción posible: defendernos.

Defendernos de los fusiles criminales y de los teletipos mentirosos.

Vamos a defender nuestras transformaciones sociales. Vamos a defender nuestro derecho a ser dueños de nuestras decisiones. Vamos a defender la paz y la búsqueda de la paz.

La Revolución Popular Sandinista ciertamente ha despertado contradicciones en Centroamérica; ha cambiado las reglas del juego entre opresores y oprimidos. Pero de estas contradicciones saldrá una síntesis que pasa por la liberación y conducirá a una paz definitiva en Centroamérica.

Somos la vanguardia de esa paz, y por eso nos odian los que han hecho de esa guerra no sólo su instrumento de dominación, sino también su razón de ser.

Tenemos que organizar nuestra defensa. Si no lo hiciéramos, ¿con que armas podríamos enfrentarnos a la muerte, para defender la vida? ¿Con que armas defenderíamos la posibilidad de la paz?.

Nuestro ejército se constituyó para defender el derecho a la paz. No es un ejército para agredir a otros pueblos, sino para defender a Nicaragua. Los ejércitos tradicionales que dominan a muchos pueblos en América Latina son ejércitos de agresión contra sus propios pueblos.

Nuestro ejército no podrá jamás agredir al pueblo nicaragüense, porque el ejército es el pueblo mismo.

Nuestras armas defienden la supervivencia de los niños, nuestras armas defienden al alfabeto que conquistó nuestro pueblo, nuestras armas defienden el proyecto estratégico de una nueva moral.


El gobierno norteamericano decidió, a nombre de la democracia y de Dios, ser propietario de nuestras decisiones e irritarse salvajemente cuando detecta que se nos ha metido entre ceja y ceja imitar a David. No nos perdonan que les arrebatemos de los dientes las hostias profanadas y cometamos la imperdonable locura de creer que la soberanía de un pueblo no se discute, sino que se defiende con las armas en la mano.

No voy a mencionar los errores ni la inexperiencia para que nadie sospeche que somos pesimistas; por el contrario, vamos a salir adelante, vamos a sobrevivir y vamos a triunfar.

Ustedes han reflexionado teológicamente sobre la liberación y la paz desde la perspectiva de los pobres. Nosotros creemos, con fe a toda prueba, en la filosofía de la liberación y en el proyecto de salir de la miseria para abordar la pobreza. Después vendrán nuevos estamentos del desarrollo donde la riqueza principal sea el trabajo para satisfacer las necesidades fundamentales del hombre y de la sociedad, donde esté prohibido el despilfarro y la apropiación del trabajo de unos hombres por otros hombres.

Tal vez algún día abordemos con nuestros entrañables hermanos y amigos cristianos la filosofía del cristianismo; por ahora reiteramos con ustedes nuestra comunión del amor por el hombre, nuestra identificación con los humildes, nuestra preferencia exclusiva por los pobres.


No renunciamos, no renunciaremos jamás a la vida, a la alegría, a una sociedad donde el hombre sea hermano del hombre, donde se agrupen los principios morales de la revolución y los principios morales del cristianismo, para que se nieguen y se afirmen en síntesis que rebase la ortodoxia y las lógicas formales. A pesar de todo, es posible rechazar la involución, encontrarnos más allá de los dogmas y descubrir, finalmente, que los seres humanos son vulnerables al amor.
Ese día dejaremos de hablar del hombre nuevo, para hablar, simplemente, del hombre.


Revista Cutural nicaráuac, Mayo – 1985, Managua, Nicaragua.





jueves, 2 de mayo de 2013

De colapsos y realidades en el sandinismo

El verde se está secando                
y el viento sur se demora, 
pero yo sigo esperando 
que lleguen cantando 
la lluvia y mi hora.
Yo sólo soy un vigía 
amigo del jardinero 
con la pupila en el día 
que llegará el aguacero…
Silvio Rodríguez


...El enemigo tratará de penetrar la organización, nuestras filas mismas, a través de personas que pueden hacerse pasar por sandinistas, para más adelante provocar escisiones mediante grupos de sandinistas “democráticos”.

Carlos Fonseca Amador.

(Obras, t. I, p. 173, Editorial Nueva Nicaragua, Managua, 1981).

Recientemente Dora María Téllez hizo extensas declaraciones a la revista nicaragüense Envíoque han sido ampliamente divulgadas en diversos medios electrónicos europeos. En dicha exposición, Dora María se refiere al surgimiento de su actual partido, el Movimiento Renovador Sandinista y a la actualidad de Nicaragua y del sandinismo, así como a lo que ella considera son las razones por las cuales no se puede considerar revolucionario al Frente Sandinista de Liberación Nacional (incluso, dice ella que “el FSLN colapsó”). Uno de sus planteamientos, tratando de explicar las diferencias internas en el FSLN que dieron lugar al surgimiento de su actual partido, el MRS, es que “en el gran debate que se abrió con la derrota electoral surgió un elemento clave, que es el que más ha influido en la situación actual. Ese debate se centró en las causas de la derrota, en cuál sería la actuación del sandinismo en la oposición y en la demanda de democratización del partido”.

El debate de los noventa tuvo un eje central que no es mencionado por Dora María. Ese eje central no era la derrota electoral, ni la nueva estrategia, ni la democracia; era un eje ideológico, sobre todo programático: la vigencia del socialismo y el antimperialismo, los métodos de lucha, y un tema ideológico estaturario: el tipo de partido. Finalmente, en el gran enfrentamiento que se dio en la histórica Segunda Sesión Extraordinaria del Primer Congreso en mayo de 1994, concebido para dirimir la controversia existente, prevaleció evidentemente lo ideológico (programático y estatutario), pasando el tema de la democracia interna a un distante segundo plano. Las dos grandes agrupaciones que se formaron (la Izquierda Democrática Sandinista encabezada por Daniel Ortega y la corriente promovida por Sergio Ramírez, inicialmente conocida como “de las mayorías” – por un documento que publicaron sus promotores donde planteaban sus criterios sobre cómo volver a ser mayoría en la sociedad –) se aglutinaron alrededor de la controversia programática e ideológica, y no de la relacionada con la democracia, tema que siguió debatiéndose en un plano secundario y a lo interno de las dos grandes agrupaciones señaladas. En otras palabras, lo que definía en cuál de los dos grandes grupos se ubicaba cada quien era lo ideológico y no lo político, es decir la posición de cada quien respecto a la vigencia del socialismo y el antimperialismo, los métodos de lucha y el tipo de partido que debíamos ser.

Lo programático y lo ideológico, cuyo debate prevaleció en la crisis interna del sandinismo a inicios de los noventa, son ignorados totalmente por Dora María, y no porque padezca de amnesia, sino porque ella y su micropartido, el Movimiento Renovador Sandinista, sostienen la tesis de que la contradicción principal en Nicaragua no es entre izquierda y derecha, sino entre democracia y dictadura. Nuestro planteamiento, el del FSLN, es que mientras existan los antagonismos de clase la contradicción principal en la realidad social será siempre entre revolución y contrarrevolución, entre izquierda y derecha, entre socialismo y capitalismo, entre nación e imperialismo. La tesis de los renovadores sobre la contradicción principal tiene como objetivo justificar su apoyo en las últimas tres elecciones en Nicaragua, a los candidatos más retrógrados de la derecha, los candidatos de la oligarquía y el imperialismo, apoyados abiertamente por Estados Unidos. La estrategia política seguida por Dora María y los renovadores en los últimos años ha sido diseñada en la Embajada Norteamericana en Nicaragua, donde sin cuidarse las apariencias, se reúnen ellos con frecuencia. Curiosa manera de permanecer apegados a los orígenes históricos del sandinismo y a las ideas de Sandino. El gran debate a inicios de los años noventa no fue pues, si se elegía o no a los dirigentes, quiénes y cómo los elegían, o qué poder tendría cada organismo electo en el FSLN, sino la persistencia o no de la identidad revolucionaria del FSLN puesta de manifiesto mediante la proclamación del socialismo como el sistema por el cual luchamos los sandinistas, la definición del término socialismo a raíz del derrumbe soviético, la vigencia del antimperialismo en la acción del sandinismo, la pertinencia o no de tal o cual forma y/o método de lucha en dependencia de tales o cuales objetivos a alcanzar, la necesidad o no de que el FSLN se mantuviera como un partido de vanguardia, es decir un partido cuyo fin es la conducción política de una lucha revolucionaria y de un proyecto de construcción social, y en caso de una respuesta positiva, cómo debía asumirse ese papel en términos organizativos a la luz de los aspectos negativos en la anterior experiencia del modelo que estaba colapsando en la Unión Sovíetica coincidiendo con la pérdida del poder político por el sandinismo en Nicaragua o por el contrario, si estos criterios ya eran obsoletos y se imponía la necesidad de que el FSLN pasara a ser un partido electoral de tipo tradicional, un partido como cualquier otro o como los dos partidos (liberal y conservador) que se habían turnado en el poder a lo largo de la historia de nuestro país. Esos eran en realidad los grandes temas; el tema de la democracia en nuestas filas apenas tuvo cierta relevancia en una coyuntura muy al inicio, cuando se debatía si los miembros de la Dirección Nacional del FSLN debían ser electos a partir de candidaturas individuales o de candidaturas colectivas; fuera de eso, el tema de la democracia interna estuvo cada vez más relegado, pero no por la voluntad de alguien, sino porque así lo determinaba una realidad en la cual lo que estaba en juego no era la democracia en Nicaragua, sino la Revolución. Según la versión de Dora María, la preocupación de los revolucionarios nicaragüenses al ser desplazados del poder y en plena debacle del socialismo soviético, mientras toda la izquierda mundial debatía la vigencia del socialismo y el marxismo, era qué tan democráticos o autoritarios éramos y no qué tan vigente era nuestro proyecto revolucionario, y qué ajustes debían hacérsele a éste en caso de considerarse que tuviera vigencia. Es decir, la misma típica discusión que las circunstancias mencionadas impusieron en las filas de toda la izquierda y en todos los países; no fuimos una excepción en este sentido, y nadie podía serlo en el movimiento revolucionario frente a semejante situación, de la misma forma en que ningún ser humano podría ser indiferente ante el fin del mundo.

En el marco de esas polémicas, Dora María y el MRS (a los que tan preocupados se les ve ahora por la pureza revolucionaria del FSLN) optaron por la prohibición de la palabra socialismo en nuestro Programa, alegando a coro con todos los claudicantes del mundo, que el socialismo y el marxismo habían sido superados por la historia y que el capitalismo era el único horizonte civilizatorio posible; plantearon que el antimperialismo había pasado a ser otra pieza terminológica en el museo arqueológico de la teoría política, porque sencillamente (se atrevió uno de ellos a proclamar) el imperialismo había dejado de existir. De igual manera, los renovadores (como se comenzarían a denominar poco después) decían que la única manera legítima de actuar en el escenario político e histórico a partir de entonces era la participación política en lo que ellos asumieron como las instituciones democráticas por excelencia: las del modelo político liberal. Cualquier cosa que significara o implicara la posibilidad de confrontación física de algún tipo (es decir, violencia) para alcanzar objetivos políticos o sociales, pasaba a quedar proscrita en el nuevo código de valores asumido por quienes ya no veían la violencia en la explotación y la opresión, sino en la respuesta a ambas por parte de los explotados y oprimidos. En cuanto al tipo de partido, Dora María (que ahora se proclama contraria a los partidos tradicionales) y todos los renovadores, planteaban que la concepción de vanguardia ya no se correspondía con la realidad y que por tanto, debíamos pasar a ser un partido al viejo estilo de los tradicionales, que en nuestro país se conocen como paralelas históricas (liberales y conservadores), en aras de lo cual planteaban la eliminación del carácter permanente de nuestras estructuras y del estatus de militante. Recuerdo con nitidez cuando un compañero en el Congreso Departamental de Managua, ante una propuesta de los que en ese entonces eran los futuros renovadores, intervino en el plenario para hacer ver que éstos estaban proponiendo hacer del FSLN un partido de “correligionarios”, término usual entre liberales y conservadores para referirse a sus compañeros de partido. Los futuros renovadores hablaban incluso, de renunciar a la bandera roja y negra de Sandino, lo cual hicieron enseguida cuando organizaron su propio partido, el MRS, adoptando una bandera anaranjada… “porque es un color alegre”, explicaron en aquel momento. 

Curiosamente, los primeros que nos articulamos como grupo de opinión dentro del FSLN fuimos los entonces conocidos como “ortodoxos”, a partir de un pronunciamiento suscrito por veintinueve miembros de la Asamblea Sandinista Nacional (que era de ciento veinte miembros) en el que llamábamos a un distanciamiento del FSLN respecto al primer gobierno de derecha en los años noventa, el de Violeta Barrios de Chamorro, encargado entre otras cosas de las privatizaciones neoliberales en Nicaragua. Digo curiosamente, porque a pesar de que el Secretario General del FSLN estaba con nosotros, el hecho de que debiéramos agruparnos en una corriente de opinión indica que la política adoptada en ese entonces por el FSLN era contraria a nuestras posiciones, producto de una correlación de fuerzas dentro de los organismos de dirección del partido que como queda visto, casi nunca nos era favorable. La necesidad planteada por nosotros en el pronuciamiento al que hago referencia, de un viraje en la política seguida hasta ese momento por el FSLN repecto a su relación con el gobierno, surgía de que el sandinismo estaba siendo percibido hasta cierto punto como cómplice de las políticas neoliberales, producto de la cercanía entre ambos, explicable para enfrentar a un sector de la derecha que en ese momento se presentaba como el más radical –el liberalismo, la fuerza que en otro momento había dirigido Somoza y que resucitaba bajo el liderazgo de Arnoldo Alemán–, pero injustificable en vista de que, en aras de no perder fuerza dentro de la institucionalidad democrático-burguesa, esa política de arreglos con el gobierno nos alejaba de la principal fuente de fortaleza política para cualquier partido revolucionario, que es la vinculación con las luchas y realidades del pueblo. Incluso recuerdo que en ese pronunciamiento nuestra afirmación más polémica fue que el diálogo, como método de lucha, estaba agotado. Por el contrario, los futuros renovadores defendían lo que en ese entonces se conocía como el cogobierno entre el sandinismo y el sector de la derecha cuya figura más visible era Violeta Barrios de Chamorro y cuya verdadero dirigente era el yerno de ésta y Ministro de la Presidencia, Antonio Lacayo (casado a su vez con una hija de la entonces Presidenta, que también es madre de la esposa del actual Presidente del MRS, Edmundo Jarquín, quien en esa época era diputado del FSLN y uno de los más notorios ideólogos de los renovadores; a propósito de los gobiernos familiares de los que tanto se queja Dora María, tema sobre el que volveré luego).

Respecto a los grandes temas en debate y vinculados con el Programa y los Estatutos del FSLN, nuestra posición era que precisamente debido a la crisis de la izquierda, en ese momento más que nunca se hacía necesario proclamar nuestra identificación por principios (se nos conocía también como los “principistas” versus los “pragmáticos” o futuros renovadores) con el socialismo como única alternativa frente al sistema socioeconómico y político contra el cual luchamos, que es el capitalismo y su actual modelo neoliberal. Pero precisábamos que nuestro modelo socialista debía ser distinto del que colapsó en la Unión Soviética y que una de las diferencia fundamentales en correspondencia con la nueva época en que vivíamos era la forma de socialización de la propiedad, la cual había sido concebida como sinónimo de estatización y ahora el énfasis debía estar en el ejercicio directo de la propiedad por los trabajadores. Afirmábamos también que el antimperialismo era inseparable de la esencia del sandinismo, cuyo surgimiento está precisamente en la lucha revolucionaria y antimperialista de Sandino, a propósito de lo cual es oportuno señalar que los renovadores se han sumado a la campaña ideológica de la derecha, de presentar al principal héroe de nuestra historia simplemente como un patriota, pero no como un revolucionario, con lo que se pretende despojar a nuestra Revolución de su principal referente político, que es el contenido revolucionario de la lucha de Sandino, de lo cual existen abundantes pruebas en los hechos históricos que protagonizó y en el extenso material escrito que nos legó.

Acerca de Sandino, dice Dora María que “si hubiera seguido las mismas tesis del orteguismo” habría pedido la presidencia o algunas jefaturas políticas. Pues Sandino en determinado momento, durante las negociaciones de paz que hizo con Sacasa, pidió efectivamente la jefatura política de buena parte del Norte nicaragüense, y en una ocasión escribió: “Nuestro ejército se prepara para tomar las riendas de nuestro poder nacional”.1 Sandino, al igual que el FSLN y Daniel Ortega, negoció; incluso, igual que hicieron en algún momento Daniel Ortega y Arnoldo Alemán, se tomó una foto con el primer Somoza, de quien incluso se hizo compadre. Y tuvo también, cómo que no, sus detractores por lo que hizo, que fueron los comunistas de escritorio en México. Y negoció, porque era un hombre con una gran visión política, la cual le permitió entender lo indispensable que eran esas negociaciones en las circunstancias posteriores a la expulsión de las tropas norteamericanas de Nicaragua.

Volviendo al asunto de la controversia en los noventa, además de nuestra posición frente a los temas del socialismo y el antimperialismo, los “ortodoxos” (como éramos conocidos en ese entonces) encabezados por Daniel Ortega planteábamos que ninguna forma ni método de lucha podían ser excluidos por principios, sino únicamente por razones tácticas, y precisábamos que la lucha violenta se legitimaba por el carácter violento de la ofensiva neoliberal que pretendía usurpar sus propiedades a los beneficiarios de la reforma agraria y a los trabajadores que reivindicaban su derecho a la propiedad en el contexto de las privatizaciones, así como también se legitimaba la violencia en la lucha callejera por la naturaleza violenta de las medidas gubernamentales que pretendían cercenar los derechos sociales del pueblo, que habían sido reivindicados por la Revolución. Pero también dejábamos claro que en las condiciones históricas nuestras, la recuperación del poder político sólo era posible por la vía electoral en el marco de la democracia burguesa, muy a pesar nuestro pero coincidiendo todos en esto, que contrario al caso nuestro, estaba muy en correspondencia con el culto que los renovadores rendían (y rinden hoy más todavía) al modelo político democrático burgués, por muy mojigatos que ahora se presenten al respecto, a propósito de lo cual hay que señalar un hecho histórico del que ellos fueron protagonistas, debutando con su actual denominación política, ya que fue esa su primera gran actuación pública como renovadores, en el transcurso de la cual fue que decidieron abandonar las filas del FSLN y formar su propio partido. Me refiero al ahora olvidado Pacto de 1995 entre los diputados renovadores (que eran casi todos los diputados sandinistas en aquel momento; es decir, los que habían llegado al parlamento con los votos del FSLN, pero que luego renunciaron a nuestro partido, mas no a su escaño parlamentario) y los que pertenecían a los partidos minoritarios de la derecha, aunque en diferentes momentos y aspectos de ese Pacto participaron también el partido de gobierno en ese entonces y los liberales de Arnoldo Alemán, que aún no tenían en el parlamento una representación que se correspondiera con las dimensiones alcanzadas por ellos como fuerza política, ya que esto sucedió después de la elección de ese parlamento, lo cual unido a la renuncia al FSLN de la mayor parte de sus diputados, creó el escenario subrealista de un parlamento donde la mayor parte de los supuestos representantes del pueblo pertenecían a partidos políticos diminutos o incluso fantasmagóricos (cosas de la democracia representativa), tan así que en las elecciones del año siguiente (las de 1996) esos micropartidos obtuvieron una cantidad de votos tan insignificante que casi todos quedaron sin representación parlamentaria y los que la lograron, sólo obtuvieron una representación mínima, a pesar de que gracias a ese Pacto los partidos pequeños, que lo hicieron a su medida aprovechando la insólita situación de su predominio parlamentario, tenían la ventaja de que sus candidatos podían ser electos con muchos menos votos que los cantidatos postulados por los partidos mayoritarios (trecientos y quince mil votos respectivamente, para ser exactos, como mínimo requerido para quedar electos).

El Pacto en cuestión (protagonizado por los renovadores y los partidos minoritarios de la derecha tradicional) consistió (además de lo ya dicho, que quedó consignado en la Ley Electoral) en una reforma constitucional que abarcó decenas de artículos, así como reformas de fondo a la Ley Electoral y acuerdos sobre candidaturas a cargos electos por el parlamento, para los cuales se postularon los propios diputados que participaban en el Pacto; todo un festín que hizo parecer juegos de niños los viejos pactos libero-conservadores de la época somocista, con la diferencia de que las partes en el Pacto de los noventa no eran mayoría. Otra cosa importante es que para hacer semejante cantidad de sensibles reformas no hubo consulta alguna con ningún sector, a pesar de que se estaba reformando una Constitución para cuya elaboración se habían hecho, en plena guerra de los años ochenta, una enorme cantidad de los que entonces se llamaron Cabildos Abiertos, con amplia participación de los ciudadanos. Se necesitarían muchas páginas para describir el contenido de ese Pacto de los noventa, así que me concentraré en tres cosas más, aparte de las ya mencionadas: el establecimiento de un porcentaje mínimo obligatorio para ganar las elecciones presidenciales y una segunda vuelta entre los dos primeros lugares en caso contrario, la prohibición de la reelección presidencial más de una vez o en períodos consecutivos y la obligatoriedad del voto calificado en el parlamento para elegir magistrados y demás cargos. 

Esta última decisión de los firmantes del Pacto en cuestión obligó a sandinistas y liberales a negociar nombres para cargos de magistrados y contralores, lo cual fue demagógicamente cuestionado por los pactistas del noventa que habían hecho lo mismo cuando tuvieron la correlación de fuerzas para ello, y cuya intención era que las dos grandes fuerzas políticas (sandinistas y liberales), al no tener los votos suficientes según los erróneos cálculos de renovadores y compañía, tuvieran que pedir votos de los partidos pequeños a cambio de cargos para éstos; de igual manera que la segunda vuelta electoral fue establecida por renovadores y resto de pequeños partidos para poder venderse al mejor postor una vez que ninguna de las dos grandes fuerzas obtuviera el porcentaje requerido para ganar una elección presidencial en primera vuelta. Es decir, como la correlación de fuerzas no hizo necesario que los renovadores y resto de autores del Pacto de los noventa fueran parte de las negociaciones para candidaturas a cargos electos por el parlamento, ellos condenaron (por hacer lo que ellos no podían, pero también querían) a las dos únicas fuerzas políticas que podían negociar (y debían, pues de lo contrario era imposible elegir magistrados y demás cargos, ya que ningún candidato habría tenido los votos suficientes). Haciendo alarde de descaro, los pactistas de los años noventa condenarían luego el Pacto entre Daniel Ortega y Arnoldo Alemán, lo cual no fue freno para que ellos mismos a la vuelta de la esquina, se aliaran en diferentes momentos, con las dos fuerzas a las que ellos peyorativamente habían llamado “pactistas”: Con el FSLN en las elecciones presidenciales de 2001, y desde 2008 apoyando a los candidatos de la fuerza de derecha que tuviera mayores posibilidades electorales, llegando a ofrecer en 2011 la primera candidatura de diputado a Arnoldo Alemán, quien rechazó la oferta. Los Acuerdos entre el FSLN y el Partido Liberal Constitucionalista de Alemán también recibieron críticas desde adentro, pero por razones distintas a las de los renovadores y la derecha no liberal. Dora María habla de alianzas del FSLN con los liberales de Alemán; ha habido acuerdo entre adversarios (correctos o no, eso no viene ahora al caso), y partiendo de que somos fuerzas opuestas, distinto a lo que ha hecho el MRS, que ha ido incluso más allá de una simple alianza con la derecha (alianza que nunca ha hecho, repito, el FSLN): el MRS ha quedado como un simple apéndice de la derecha más retrógrada del país, la derecha oligárquica de origen conservador, y el actual Presidente del MRS corrió en las elecciones de 2011 como candidato a Vice-Presidente por el Partido Liberal Independiente, cuyo candidato presidencial (quien lo escogió a él personalmente con la vana ilusión de atraer votos sandinistas) es quizás el más reaccionario de cuantos han competido en elección alguna en la historia de Nicaragua, incluyendo a los Somoza y haciendo excepción (tal vez) del caudillo conservador Emiliano Chamorro. A eso llamo yo colapsar. En cuanto a las restricciones a la reelección, tenían como objetivo sacar a Daniel Ortega del juego político, como también hicieron los renovadores en curiosa alianza con el PLC de Alemán, en plena campaña electoral de 1996, a punta de maniobras descaradas y arbitrariedades evidentes, excluyendo a varios candidatos presidenciales que les estorbaban y aprovechando para ello su control del Poder Electoral, cuyos magistrados eran electos por ellos en el parlamento, y aunque los de entonces ya habían sido electos años antes, los sandinistas eran todos renovadores. Los demás pertenecían a los partidos pequeños de la derecha que habían hecho el Pacto con el naciente MRS, pero éste ya no se alió más con ellos, porque en esas elecciones eran rivales en la conquista del voto considerado como de centro, favoreciendo entonces por esta razón a los liberales.

Volviendo al debate entre “ortodoxos” y “renovadores” de cara a la Sesión Extraordinaria del I Congreso, llevada a cabo en mayo de 1994, nosotros éramos partidarios de reafirmar el carácter de vanguardia del FSLN, en vista de la necesidad de una dirección política para la lucha revolucionaria por la reconquista del poder y para la posterior instauración de nuestro modelo socialista. Sin embargo, considerábamos que debían hacerse cambios importantes en la manera de funcionar que teníamos en los ochenta. Ya desde 1990 se había establecido el libre ingreso en las filas del FSLN, que antes era restringido. El cambio promovido por nosotros a mediados de los noventa fue que la militancia pasara a ser opcional, es decir que no fuera la dirección del partido quien seleccionara a los militantes, sino que los miembros del FSLN optaran por cualquiera de las dos categorías (militantes y afiliados), una vez que supieran la diferencia entre ambas, que era el mayor nivel de compromiso y disciplina. Con el paso del tiempo esto tuvo nuevas modificaciones, que no vienen al caso en este momento; lo que quiero precisar ahora es que los renovadores (cuya líder se muestra hora tan preocupada por el – según ella – desaparecido carácter revolucionario del FSLN) planteaban que debíamos ser como los otros partidos, que se activan para las elecciones, sin dirigentes a tiempo completo, sin estructuras permanentes, y con estructuras similares a las de los partidos tradicionales. Todo un “partido de correligionarios”. 

Pero como se ha visto ya, la polémica y las diferencias que dieron origen a lo que poco después sería el MRS no se reducían a cuestiones teóricas o a la discusión del Programa y los Estatutos del FSLN, sino que incluía asuntos prácticos estratégicos para el país. Precisamente la discusión que marcó el inicio del enfrentamiento entre los dos grandes bloques dentro de la Asamblea Sandinista Nacional fue acerca de una propuesta de los futuros renovadores, que consistía en una ley para la regulación de las privatizaciones de los servicios públicos, con el argumento de que al ser ésta inevitable, lo único que podía hacerse era ponerla bajo algún control. Frente a ello, recuerdo muy claramente cuando Daniel Ortega dijo que era mejor una privatización de los servicios públicos enfrentada a nuestra férrea oposición a la misma en el parlamento y en las calles, que una privatización quizás un poco mejor ejecutada precisamente a raíz de su legitimación por quienes estamos ideológicamente opuestos a ella, a lo cual añadía que el problema no era la manera en que se estaba privatizando, sino la privatización misma; y que la corrupción no estaba en las malas intenciones de los individuos que estaban llevando a cabo aquella gran operación gansteril que fueron las privatizaciones, sino en el hecho mismo de que éstas se estuvieran haciendo, ya que su esencia era pasar a manos privadas lo que era de toda la sociedad, y peor aún en el caso de los servicios, convertir en negocio los derechos fundamentales de los ciudadanos, como el agua, la energía eléctrica y las telecomunicaciones. Así nació el MRS: pactando a la vieja usanza del somocismo, por prebendas y a espaldas del pueblo; excluyendo a toda persona o fuerza política que fuera un obstáculo en las ambiciones de poder de los participantes en el Pacto; traicionando los principios revolucionarios al renunciar al socialismo y al antimperialismo; y bendiciendo las privatizaciones neoliberales de los servicios públicos. Esa acta de nacimiento fue completada con el fraude electoral perpetrado contra el FSLN en las elecciones de 1996 a favor de Arnoldo Alemán, con las boletas electorales tiradas en los cauces de Managua y miles de impugnaciones y pruebas presentadas por el FSLN, a diferencia de las elecciones posteriores en que ellos, junto a toda la derecha, nos acusaron de fraude sin prueba alguna y sin impugnaciones de las Juntas Receptoras de Votos por sus fiscales. La Presidenta del Consejo Supremo Electoral en 1996 era la renovadora Rosa Marina Zelaya, cuyo marido, Samuel Sampers, fue el único diputado del MRS electo en aquella oportunidad por la aplicación arbitaria hecha por ella misma de un método para definir a quién entre los candidatos renovadores le correspondía ese escaño, razón por la que ese diputado pasó a ser conocido en los corrillos de la chismología política nicaragüense como el “diputado consorte” (a propósito del nepotismo que tanto se nos critica, y con lo cual seguiré luego).

Algo interesante sobre todo esto que estoy diciendo es su verificabilidad por cualquiera que investigue en los periódicos de izquierda de esa época en Nicaragua (El Nuevo Diario Barricada), que están al alcance de quien visite cualquier hemeroteca en nuestro país. Dicho sea de paso, ambos medios informativos pasaron a manos de los renovadores, siendo posteriormente recuperado uno de ellos (Barricada), en una situación que ya era de quiebra irreversible por el manejo administrativo que había tenido y por la retirada de casi todos sus anunciantes, que eran las empresas en manos de la burguesía, a la cual recién ingresaban los renovadores (que por ser los cuadros de más alto nivel en el FSLN tenían en sus filas a la vez, a la mayor parte de quienes aprovecharon tal posición para abusar de los bienes del Estado y del patrimonio del FSLN en lo que se conoció como “la Piñata”, que luego de forma cínica, ellos utilizaron junto con toda la derecha para atacar al FSLN). A propósito, es importante señalar la razón por la que los cuadros sandinistas de más alto nivel en los años ochenta renunciaron luego al FSLN para fundar el MRS. Los que se fueron del FSLN no fundaron el MRS porque hubieran sido previamene excluidos, sino al contrario: ellos se fueron por su propia voluntad del FSLN para organizar el MRS, una vez que fueron derrotados, tanto en la discusión del Programa y los Estatutos como en la elección de autoridades internas. Dora María se refiere a que muchos simplemente dejaron de hacer militancia activa porque fueron excluidos, en unos casos, y en otros porque tenían que “buscar de qué comer”. Según esta lógica, los miles de militantes del FSLN que se mantuvieron haciendo trabajo político y organizativo en nuestras filas, dedicando a éste gran parte de su tiempo, tenían su vida resuelta. Ella dice que solamente los diputados del período entre 1990 y 1997 (casi todos renovadores) y Daniel Ortega se quedaron haciendo vida política, porque él “tenía recursos” y ellos, “un salario para el debate político”. El desprecio que siente Dora María por la militancia de base es tal, que ignora su existencia misma y la de una legión de cuadros improvisados que ocuparon el lugar de quienes se fueron, sin necesidad de “un salario para el debate político”. Ella olvida, muy a su conveniencia, que el único partido político en Nicaragua que siempre ha contado y cuenta con una gran cantidad de militantes dispuestos a darlo todo a cambio de ninguna rebribución individual, es el FSLN; no pudiendo decir lo mismo el MRS ni los demás partidos de la derecha en Nicaragua, lo cual dice bastante acerca de en qué lado quedaron los revolucionarios en el sandinismo: con el FSLN o con el MRS, que nunca pudo levantar cabeza porque allí todo el que hace política pide un salario. Distinto es que el FSLN, por el carácter permanente de sus estructuras (derivado de su condición como partido de vanguardia que trabaja todo el tiempo en la conducción política del proceso revolucionario), necesite tener cuadros políticos a tiempo completo (aunque ni siquiera al regresar el FSLN al gobierno volvió a tener nunca la cantidad de políticos profesionales que hubo en sus filas en los años ochenta).

Sobre los supuestos excluidos, Dora María dice que “los cuadros intermedios terminaron siendo los grandes culpables de todo. Y en todas partes les volaron la cabeza a todos”, luego de afirmar que “la corriente encabezada por Daniel Ortega insistió en tratar de retrasar o frenar el proceso de democratización interna del partido”. Nada más falso. La verdadera democratización del FSLN se dio cuando, luego de ser derrotadas las posiciones de los renovadores en el Congreso Extraordinario de 1994, el FSLN llamó, en una decisión sin precedentes en partido revolucionario alguno, a todos los nicaragüenses que quisieran ingresar a las filas del FSLN, a inscribirse para elegir a los delegados de las estructuras de base del partido a las Asambleas Sandinistas Municipales, que a su vez eligen a los organismos de dirección municipales y a los delegados municipales que van a las Asambleas Sandinistas Departamentales, en las cuales se elige a los organismos de dirección departamentales y a los delegados que asisten a la Asamblea Sandinista Nacional (ahora esta Asamblea está integrada por los Secretarios Políticos Municipales, electos en sus respectivas Asambleas Sandinistas), y se estableció en los Estatutos que los delegados al Congreso fueran electos directamente en la base, siendo el Congreso el máximo órgano de decisión del FSLN, donde se elige a la máxima dirección, incluido el Secretario General, y se definen el Programa y los Estatutos. Fue producto de ese proceso, que los famosos cuadros intermedios quedaron fuera de todos los cargos (mas no fuera de la estructura del FSLN, pues no hubo en todo aquel proceso de los años noventa una sola expulsión); y quedaron fuera de los cargos porque fue esa la voluntad de los sandinistas de base, que no quisieron votar por ellos, y fue así que en todo caso, por las posiciones claudicantes de esos cuadros, las bases en un acto legítimamente democrático “les volaron la cabeza”. 

Por otra parte, nadie hizo de esos cuadros los culpables de derrota alguna; al contrario: Ellos, muchos de los cuadros intermedios en la década de los ochenta, quisieron convertir a la Dirección Nacional del FSLN (y más específicamente a Daniel Ortega) en el gran chivo expiatorio de la derrota electoral, pero no lo lograron. Al contrario, quedó en evidencia que sus posiciones derechizantes (en aquel entonces reformistas o socialdemócratas, ahora abiertamente neoliberales –igual que ha sucedido con toda la antigua socialdemocracia en el mundo entero–) habían sido determinantes en el rumbo que tomó la Revolución Sandinista en los años ochenta, cuando se dejó pasar la mejor oportunidad en la historia de Nicaragua para hacer un cambio profundo en el sistema político, y en lugar de instaurarse la nueva institucionalidad revolucionaria con el poder en manos de las clases populares, se instauró un modelo político democrático representativo que luego, impidió al sandinismo defender con mayor efectividad desde la oposición, las conquistas revolucionarias. Sus posiciones claudicantes de renuncia al socialismo y al antimperialismo, así como al carácter de vanguardia del partido, fueron las que los pusieron en evidencia ante la base sandinista. Casi todos los ministros, los dirigentes del FSLN a todos los niveles y los diputados electos en 1990 se pasaron al MRS, porque cuando el poder revolucionario no es ejercido directamente por el pueblo, los revolucionarios que lo ejercen dejan de usarlo como instrumento de transformación revolucionaria de la sociedad, y terminan siendo ellos, en cambio, transformados en instrumentos del poder como un fin en sí mismo, cuya esencia es reaccionaria, toda vez que surgió con la explotación y la opresión, con el objetivo de legitimarlas y perpetuarlas.

El mérito de Daniel Ortega no fue haberse quedado al frente del FSLN y “andar del timbo al tambo”, como dice Dora María que él ha pretendido, sino haberse puesto al frente de la defensa de los principios históricos del sandinismo, de las posiciones ideológicamente revolucionarias en momentos que eran de desbandada generalizada en las filas de la izquierda, tanto en Nicaragua como en el mundo entero. Ya Daniel Otega se había hecho, muy a su pesar, un buen perfil como el pragmático y moderado de la Dirección Nacional en los años ochenta, de modo que para él lo más fácil en los noventa hubiera sido quedar bien con los dueños de la verdad y del buen gusto, de la moral y las buenas costumbres, como hicieron los renovadores que de inmediato comenzaron a ser alabados por la derecha, que los presentaba tal como ellos querían: como los “sandinistas buenos” o los que a pesar de ser sandinistas, son buenos; los “sandinistas democráticos” (fenómeno que como indica la cita escogida como encabezado de este artículo, ya había sido previsto como una posibilidad por Carlos Fonseca; el hecho de que no fueran infiltrados del enemigo es lo de menos, pues en todo caso actuaron como tales, que no es la situación actual, cuando ya actúan como el enemigo mismo). El mérito de Daniel Ortega es haber apostado por las ideas revolucionarias en el peor momento por el que éstas han pasado, pagando el costo de aparecer como el ortodoxo fundamentalista, electoralmente impresentable según los criterios oficialmente aceptados como razonables, incalificable por tanto para cualquier candidatura, renunciando así a la imagen de hombre moderado dentro del sandinismo, tan oportuna para los nuevos tiempos de predominio político e ideológico de la reacción a nivel nacional e internacional. Cuando en los ochenta la moda era ser radical, él fue el moderado; cuando la moda fue ser moderado, él fue el radical. O como bien lo grafica un elocuente dicho machista, a él le toco siempre bailar con la fea porque así lo escogió, porque es de quienes prefieren hacer lo que creen correcto y no lo que les va a proporcionar el poder y gloria, contrario a los que querían “volver a las mayorías” (tal como decía la proclama que fue su acta de nacimiento) a costa de los principios revolucionarios.

Cuando Dora María habla de “vínculos en los frentes de guerra” y de “los que andaban en los frentes de guerra” olvida que Daniel Ortega fue el fundador del Frente Norte, que fue el primero de los frentes de guerra y que surgió de la guerrilla segoviana nacida de las acciones guerrilleras dirigidas personalmente por él, que comenzaron con las emboscadas a los convoyes de la Guardia Nacional en la Carretera Panamericana entre Dipilto y Ocotal, la más exitosa de las operaciones militares de octubre de 1977, mencionadas por ella como el inicio del contacto a gran escala entre el FSLN y las masas populares, lo cual tampoco es así en realidad, pues ya para entonces el prestigio del sandinismo era grande, así como las simpatías que por él sentían amplios sectores populares, sobre todo a raíz del Pacto que hiciera el líder opositor conservador Fernando Agüero con el dictador Somoza, el cual radicalizó a favor de la lucha armada librada por el sandinismo, el creciente sentimiento antisomocista en el pueblo nicaragüense, lo que había quedado de manifiesto con la reacción popular ante la toma de la casa de José María Castillo en diciembre de 1974. Por otra parte, ya el FSLN antes de la ofensiva de octubre de 1977 tenía un trabajo político y organizativo muy amplio con la población en los barrios pobres de las ciudades con fuerte presencia estudiantil universitaria como el caso de León y Managua, o de comunidades indígenas afines a la lucha revolucionaria, como en el caso del mismo León y de Masaya, para el apoyo popular a la guerrilla en la montaña; trabajo previo realizado por el Frente Estudiantil Revolucionario, brazo juvenil universitario del FSLN, sin el cual habrían sido inconcebibles los procesos insurreccionales posteriores. Dora María dice las cosas de la forma en que las dice porque tiene el objetivo deliberado e inconfesable de restar méritos a la trayectoria revolucionaria de Daniel Ortega, de modo que quien no conoce la historia del FSLN y ve lo que dice una legendaria guerrillera, puede llegar a pensar que el actual principal dirigente sandinista es casi un advenedizo oportunista, ignorando que Daniel Ortega está entre los primeros dirigentes de máximo nivel en el FSLN cuando se integró a éste casi en el momento mismo de su fundación y pasó a la clandestinidad a la edad de diecisiete años, siendo poco después uno de los que han ingresado más jóvenes a la Dirección Nacional, cuando el promedio de vida de un militante clandestino era de aproximadamente seis meses. Tampoco puede adivinar quien ve el fingido menosprecio de Dora María hacia Daniel Ortega, que éste fue el Jefe de la guerrilla urbana en los años sesenta y que estuvo siete años encarcelado en las mazmorras de la dictadura.

Dora María, dirigente de un partido que tiene como Presidente a un empleado del Banco Interamericano de Desarrollo y cuyos cuadros políticos dirigen ONGs financiados por el Banco Mundial, reprocha al FSLN su supuesta gran afinidad con éste y con el FMI, a los cuales antes atacábamos (“ahora son sus pofis”, dice ella), y que lo mismo sucede con el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. Debo aclarar que el FSLN ha mantenido siempre el mismo discurso y la misma conducta respecto a los organismos financieros internacionales y a los tratados de libre comercio promovidos por Estados Unidos y Europa. El FSLN siempre se opuso y se sigue oponiendo a estos organismos y al TLC con Estados Unidos (razón por la que dicho sea de paso, fue criticado en su momento por reconocidos dirigentes del MRS), pero cuando éste fue discutido en la Asamblea Nacional no teníamos los votos suficientes para impedir que se aprobara, y en cuanto al Tratado de Libre Asociación con Europa (que Dora María no menciona), sólo lo aceptamos hasta que fueron incorporadas todas las cláusulas que exigíamos, y que cambiaron totalmente el carácter del mismo, a tal punto que ya los propios gobiernos europeos habían perdido el gran entusiasmo inicial, por razones obvias. El TLC, pues, es una herencia de la época en que gobernaban los mismos grupos de derecha que ahora son apoyados por el MRS, y que cuando negociaban con los organismos financieros no sólo les aceptaban todo a éstos, sino que aumentaban la dureza de las medidas económicas “recetadas” por ellos, mientras ahora en las negociaciones con los organismos financieros el FSLN ha logrado que Nicaragua pase de ser uno de los países con más imposiciones del FMI, a ser uno de los que tienen que cumplir menos imposiciones de este tipo. Lo temporalmente inevitable de las negociaciones con el FMI se debe a que éstas son una condición impuesta por los europeos para entregar a Nicaragua su mal llamada “cooperación”, que representa un alto porcentaje de nuestro Presupuesto anual. Pero una meta estratégica y públicamente presentada como tal por nuestro gobierno es librarnos del FMI. Es curioso que cuando el FSLN negocia sin más remedio con estos organismos, es condenado por ciertos grupos como “aliado” del FMI; pero cuando el FSLN marca su posición (como sucedió no hace mucho), denunciando las imposiciones que el FMI pretende aplicar (lo cual sirve de presión mientras las negociaciones se están dando), se nos dice que como nicaragüenses, estamos “mordiendo la mano que nos da de comer”. Porque en la oposición antisandinista hay una contradicción fundamental: Unos dicen adversarnos porque somos extremistas de izquierda, y otros porque no somos de izquierda, aunque en lo que ya es el colmo de la incoherencia, estos últimos al quedar en evidencia atacándonos en alianza con la derecha más reconocida como tal, se justifican con la ya mencionada tesis de que actualmente en Nicaragua, la contradicción entre democracia y dictadura está por encima de la existente entre izquierda y derecha.

A propósito de esto, Dora María dice que en Nicaragua actualmente hay una dictadura. Y ante el cuestionamiento de que en nuestro país actualmente no hay represión violenta (ni siquiera y ni por asomo a los niveles de los gobiernos neoliberales, calificados como democráticos por ella y todos los que califican al actual gobierno de dicatorial), argumenta que “el éxito de una dictadura es no tener necesidad de garrotear”, y afirma que los Somoza no siempre estuvieron matando gente en las calles, que eso sólo fue “en los momentos de crisis dura y, en especial, en los dos últiimos años”. La derecha (y los renovadores son de derecha desde que nacieron como tales) llama dictadura a todo modelo político que atente contra los principios de la democracia representativa. Por ejemplo, una acusación que se ha hecho siempre al FSLN para acusarlo de dictatorial (y que, meses después de la derrota sandinista de 1990, los entonces futuros renovadores aceptaron, golpeándose el pecho, como una de las causas de aquella derrota) ha sido la confusión Estado-Partido. Nosotros pensamos que mientras no hayamos cambiado el sistema político, los espacios institucionales con presencia sandinista serán trincheras revolucionarias de la lucha de clases y de la lucha política como manifestación suya, lo cual ciertamente, implica la confusión Estado-Partido. Pero siendo esto un argumento para decir que en Nicaragua hay una dictadura, también lo sería para decir que en los ochenta en nuestro país hubo una dictadura; es decir, cuando los actuales renovadores que hoy nos acusan de ser una dictadura ocupaban los más altos cargos políticos y gubernamentales. Sin embargo, la tendencia entre los renovadores y la disidencia sandinista en general es a idealizar los años ochenta, para decir que lo de entonces sí fue una Revolución, y no lo de ahora. Y que lo de ahora es una dictadura, y no lo de entonces.

Así, por ejemplo, Dora María dice que “la Revolución Sandinista (…) cambió profundamente el diseño de esta sociedad”. Como ya se ha dicho, en los años ochenta no se instauró un sistema político que institucionalizara el cambio revolucionario que se estaba dando; por tanto, el cambio profundo que ciertamente ocurrió no logró cambiar realmente “el diseño de esta sociedad”, porque si de algo se trata la dimensión política de la sociedad, es precisamente de su diseño. Yo agregaría una pregunta aquí, a aquellos que desde distintas posiciones descalifican al FSLN en la actualidad como un partido que no es revolucionario y en cambio, consideran que sí lo era en los años ochenta: si todo de lo que ahora se nos acusa también se nos acusaba en los ochenta, ¿cuáles de las cosas que se hicieron en los ochenta no se están haciendo ahora? La respuesta es fácil: las confiscaciones. ¿Quieren los renovadores o incluso, otros disidentes sandinistas que pretenden estar a la izquierda del FSLN, que confisquemos? Evidentemente, no hay quien esté pidiendo eso en este momento en Nicaragua, porque todo el mundo está claro de que las confiscaciones tuvieron razón de ser en aquel momento, pero no ahora; de lo que no todo el mundo está claro es de que la redistribución de la propiedad hecha por el FSLN en los cohenta mediante las confiscaciones, creó un sector popular en la economía que logró sobrevivir parcialmente a los dieciseis años de neoliberalismo, que eso hace posible ahora la titulación masiva de propiedades a nombre de las cooperativas, los pequeños productores en general y los habitantes de los barrios populares, convirtiéndose así éstos en sujetos de crédito dentro de la lógica actual de la economía, y que es gracias a eso que ahora no necesitamos confiscar para ser revolucionarios. Yo iría ahora aún allá con mi pregunta: ¿Qué es lo que no está haciendo el FSLN y que debería hacer para que los super revolucionarios que dedican la mayor parte de su tiempo a hacer causa común con el imperialismo atacando al sandinismo gobernante, nos consideren dignos de llamarnos revolucionarios? Tengo bastante tiempo de estar esperando ansiosamente una respuesta a esa pregunta. Pero nadie la da, porque nadie la tiene. Al contrario, se pueden mencionar cosas que se están haciendo ahora y no se hicieron en los ochenta, habiéndose podido hacer entonces. Por ejemplo, ahora se está instaurando el Poder Ciudadano, que es el primer paso para la construcción del nuevo sistema político que institucionalice el cambio revolucionario y es por eso que en esta su segunda etapa, la Revolución Sandinista no sólo se encuentra nuevamente en marcha, sino que se está profundizando.

Otra cosa que dice Dora María en esta misma línea es que actualmente hay “una Policía política (…), al servicio del engranaje de poder de una familia”, para luego sostener que se trata de “una Policía que diseñamos para que estuviera al servicio de la comunidad, de la ciudadanía, y que de hecho estuvo durante años”. No sé si se referirá a los años ochenta, en que la Policía y el Ejército estaban al servicio de la Revolución y por tanto, del FSLN. Difícilmente, pues para ellos (los renovadores) eso ahora es un pecado mortal. Seguramente entonces se refiere Dora María a los años de la llamada “profesionalización de la Policía y el Ejército”, en que ambos órganos armados (y sobre todo la Policía, por cierto) fueron utilizados por la derecha gobernante para reprimir al pueblo y ambas instituciones debieron resistir en condiciones tan adversas semejante situación para poder preservarse y llegar hasta el retorno del sandinismo al poder. Por lo demás, Dora María sabe que no es cierto que el somocismo asesinara sólo en sus dos últimos años. En el somocismo ser sandinista era prohibido y el castigo era la muerte; ella lo sabe mejor que yo. Ahora, en cambio, hasta hay quienes se llaman a sí mismos somocistas y nadie les hace nada; y hasta aparecen en marchas y demás actividades políticas junto a los renovadores, incluyendo a la misma Dora María, que ahora pretende en vano recuperar su virginidad ideológica.

Bajo ese mismo formato político viejísimo de acusar al FSLN de instaurar una dictadura, Dora María levanta la desgastada bandera del fraude, usada por toda la derecha mundial contra todos los gobiernos no afines a los intereses del imperialismo norteamericano, y se pregunta: “Si el orteguismo fuera mayoritario, ¿para qué necesitaría robarse las elecciones?” Según todas las encuestas (sin excepción) hechas en elecciones y fuera de ellas en estos años, efectivamente el FSLN o si se prefiere, “el orteguismo”, es mayoritario. Da la casualidad de que los resultados electorales coindicen con todas esas encuestas, y los que nos acusan de fraude no impugnaron casi ninguna Junta de Votación en ninguna de las elecciones según ellos fraudulentas (habiendo fiscales de ellos en casi todas las Juntas), y ni siquiera tomando como ciertas las irregularidades señaladas por ellos se podría poner en duda el resultado de la más reciente elección presidencial, en que la diferencia fue aproximadamente de 30 puntos porcentuales, a pesar de lo cual ellos siguen poniendo en duda ese resultado. Tomando en cuenta el “fraude”, dice Dora María, “el primer objetivo es cambiar el sistema electoral”. ¿Será que quieren volver al sistema que inventaron ellos en el Pacto de los noventa, cuando un candidato de un partido minoritario podía quedar electo con trescientos votos, mientras uno de un partido mayoritario necesitaba quince mil? ¿Será que quieren volver a ese sistema en el que teniendo los renovadores la presidencia del Consejo Supremo Electoral, se cometió (allí sí, con impugnaciones y sobradas pruebas) uno de los más escandalosos fraudes en la historia democrática de Nicaragua, que fue el de las elecciones de 1996, con menos de la mitad de la diferencia porcentual que hubo entre el FSLN y su más cercano rival en las elecciones presidenciales recién pasadas? Incluso, poco antes de aquel fraude había renunciado a su cargo el Presidente del Consejo Supremo Electoral, Mariano Fiallos Oyanguren (a quien nadie puede acusar de “orteguista”) alegando que no había condiciones jurídicas mínimamente aceptables para una competencia justa y transparente.

Siempre en lo mismo, Dora María añade el infaltable ingrediente del nepotismo, acusando a Daniel Ortega de instaurar todo un régimen de poder familiar. Yo pregunto: ¿Cuántos miembros de la familia Ortega Murillo son ministros? ¿Diputados? ¿Magistrados acaso? En los años noventa, siendo Sergio Ramírez Jefe de la Bancada Sandinista en el parlamento, había dos diputados más que eran familia cercana suya: Su fallecido hermano Rogelio y su hija, María (ambos excelentes cuadros y compañeros honestos, debo aclarar; y con méritos propios para ocupar ese lugar, además – independientemente de que hubiesen estado a favor de los renovadores –). En esa misma época la entonces Presidenta Violeta Barrios de Chamorro nombró a toda una legión de familiares suyos en altos cargos en todos los poderes del Estado, porque como bien hizo ver alguien en algún momento, a falta de un partido no le quedaba otra opción que confiar en su familia, siendo ella además, una ama de casa por excelencia. Arnoldo Alemán y su hija eran diputados al mismo tiempo, en el período presidencial de Enrique Bolaños. Incluso en los años ochenta la derecha atacaba a Daniel Ortega alegando que había nepotismo porque siendo él Presidente, su hermano era el Jefe del Ejército, sabiéndose de sobra que ambos tenían sus propios méritos sin que nada tuviera que ver, por tanto, el parentesco con el cargo. Igual cosa sucede con lo único a lo que puede aferrarse el ataque al FSLN en la actualidad respecto a este tema: el hecho de que Rosario Murillo sea Coordinadora del Consejo de Comunicación y Ciudadanía, desde donde – de más está decirlo – ha demostrado su singular capacidad e inteligencia, que ya antes había mostrado en otros ámbitos de la actividad pública, sobre todo en la cultura y el arte. Pero es que el problema del nepotismo no es el hecho en sí de que personas con vínculo familiar ocupen altos cargos gubernamentales y/o estatales, sino que la razón por la cual ocupen esos cargos sea ese vínculo familiar, y es evidente que ese no es el caso de Daniel Ortega y Rosario Murillo, pues es de sobra sabido que ella fue Jefa de Campaña del FSLN por sus propias cualidades y que por tanto, aunque Daniel Ortega no hubiera sido candidato presidencial y luego Presidente de la República, ella podría estar ocupando la misma responsabilidad que actualmente ocupa, o bien cualquier otra de alto nivel en el Gobierno o en cualquier Poder del Estado.

No conforme con su diatriba, Dora María llega a un nivel alucinante de agresividad que roza con lo criminal cuando se atreve a hacer un (no tan) solapado llamado al magnicidio, al decir: “Lo que en 1995 no estaba completamente claro en el Frente era que Daniel Ortega no se detendría. Que Daniel Ortega estaba dominado por su afán de concentrar más poder. Y no se detuvo. Es más: no se ha detenido. Ni se detendrá por su voluntad. Habrá que detenerlo (…) Mientras Daniel Ortega esté vivo será candidato a la Presidencia. ¿Cambiará Daniel Ortega y decidirá ser democrático y volver a sus principios? No, va a morir en su ley”.

Interesante, ¿no? “Habrá que deternerlo… Mientras Daniel Ortega esté vivo será candidato… Va a morir en su ley”. Luego, para completar su cuadro macabro, Dora María insinúa la posibilidad de la oposición armada cuando dice: “¿Cuál es la ventaja de optar por la vía cívica en estas circunstancias? Y lo repito: en estas circunstancias”, para a continuación referirse a esas ventajas, que no vienen al caso aquí; lo que quiero hacer ver es su deliberado énfasis en el término en estas circunstancias, dando a entender que eventualmente, la vía cívica podría sustituirse por la vía armada. 

Dora María habla de gente “agotada de hacer fila en el partido para que le den una beca, un trabajo, la matrícula”. Todo el que tiene un mínimo contacto con la realidad en Nicaragua sabe que para otorgarse los innumerables beneficios de los programas sociales gubernamentales, a nadie se le pregunta su filiación política. Recurre también Dora María a la queja usual de la oposición, de que los recursos de la cooperación venezolana no entran al Presupuesto General de la República. Hay day dos razones para ello, y Dora María las conoce bien: Primero, si algo hemos aprendido los sandinistas es que en un sistema pluripartidista nadie puede asegurar la mayoría parlamentaria ni el control del gobierno por tiempo indefinido, y el Presupuesto se aprueba en la Asamblea Nacional, lo cual significa que incluir la cooperación venezolana en el Presupuesto implicaría eventualmente, poner en manos de la derecha el destino de esa cooperación, cuya razón de ser es el avance de un proceso de transformación social opuesto al orden de cosas que esa derecha defiende. Por otra lado, una de las cosas que han permitido al FSLN garantizar muchos beneficios sociales y programas para la reactivación y consolidación del sector popular en la economía a pesar de las restricciones fondomonetaristas, es que gran parte de esas inversiones no se reflejan en el Presupuesto como gasto social, que es una mala palabra para los organismos financieros internacionales.

Dando continuidad a su idea de que el FSLN fue un grupo aislado durante casi toda su existencia en la época de la lucha contra la dictadura somocista (lo cual ya se ha refutado aquí antes), Dora María se pregunta cómo esa minoría (que eso sí, en efecto lo era) “se convirtió en un factor revolucionario”; y se responde: “Porque había sostenido el punto y porque supo hacer un planteamiento en el momento de la crisis”, pretendiendo de esta forma y con indecente audacia, comparar lo que hizo el FSLN en aquel entonces con lo que está haciendo ahora el MRS, que según reconoce ella (porque no tiene de otra), es una fuerza minoritaria (por tanto, incapaz de ganar elecciones; absurdo que reclame entonces por fraude). Pero los que de verdad sostuvieron el único “punto” revolucionario que debía sostenerse en la peor época imaginable para el movimiento revolucionario en el mundo entero, fueron los militantes del FSLN que cuando ella y todos los renovadores se fueron, cuando nadie (empezando por los renovadores) quería saber nada de revolución ni socialismo, cumplieron con esa misión con la dedicación del vigía amigo del jardinero en la canción de Silvio Rodríguez, que cuando el verde se secaba y el viento del Sur se demoraba, seguía esperando que llegaran cantando la lluvia y su hora, con la pupila puesta en el invisible día en que llegaría el aguacero; el mismo que ya llegó para infortunio de los que creyeron el jardín perdido para siempre e insisten en esa idea sin que de manera alguna puedan enterarse de que el jardín sólo se perdió en la percepción de ellos, tan maltratada por la pérdida de la capacidad de creer en el ser humano y por tanto de saber que es posible alcanzar la felicidad para toda la humanidad si se crean las condiciones adecuadas para ello. Si esa pérdida del jardín que se secaba fue para siempre en su conciencia, de ellos depende. Hubo varios que volvieron a creer, a soñar y a luchar. Cualquiera puede hacerlo, si se lo propone. Y espero me comprendan si fui muy duro, ya que según puede comprobarse, no fue por mi gusto.

Nota:

1 Sandino, Augusto C., Ob. Cit., t. II, p. 245.

Carlos Fonseca Terán. Secretario Adjunto de Asuntos Internacionales, Frente Sandinista de Liberación Nacional


El revolucionario

"... sean capaces de sentir en lo más profundo cualquier injusticia, cometida contra cualquiera, en cualquier parte del mundo, pués es la cualidad más linda de un revolucionario..."

Ernesto Guevara de la Serna - Che

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