y el viento sur se demora,
pero yo sigo esperando
que lleguen cantando
la lluvia y mi hora.
…
Yo sólo soy un vigía
amigo del jardinero
con la pupila en el día
que llegará el aguacero…
Silvio Rodríguez
...El enemigo tratará de penetrar la organización, nuestras filas mismas, a través de personas que pueden hacerse pasar por sandinistas, para más adelante provocar escisiones mediante grupos de sandinistas “democráticos”.
Carlos Fonseca Amador.
(Obras, t. I, p. 173, Editorial Nueva Nicaragua, Managua, 1981).
Recientemente Dora María Téllez hizo extensas declaraciones a la revista nicaragüense Envío, que han sido ampliamente divulgadas en diversos medios electrónicos europeos. En dicha exposición, Dora María se refiere al surgimiento de su actual partido, el Movimiento Renovador Sandinista y a la actualidad de Nicaragua y del sandinismo, así como a lo que ella considera son las razones por las cuales no se puede considerar revolucionario al Frente Sandinista de Liberación Nacional (incluso, dice ella que “el FSLN colapsó”). Uno de sus planteamientos, tratando de explicar las diferencias internas en el FSLN que dieron lugar al surgimiento de su actual partido, el MRS, es que “en el gran debate que se abrió con la derrota electoral surgió un elemento clave, que es el que más ha influido en la situación actual. Ese debate se centró en las causas de la derrota, en cuál sería la actuación del sandinismo en la oposición y en la demanda de democratización del partido”.
El debate de los noventa tuvo un eje central que no es mencionado por Dora María. Ese eje central no era la derrota electoral, ni la nueva estrategia, ni la democracia; era un eje ideológico, sobre todo programático: la vigencia del socialismo y el antimperialismo, los métodos de lucha, y un tema ideológico estaturario: el tipo de partido. Finalmente, en el gran enfrentamiento que se dio en la histórica Segunda Sesión Extraordinaria del Primer Congreso en mayo de 1994, concebido para dirimir la controversia existente, prevaleció evidentemente lo ideológico (programático y estatutario), pasando el tema de la democracia interna a un distante segundo plano. Las dos grandes agrupaciones que se formaron (la Izquierda Democrática Sandinista encabezada por Daniel Ortega y la corriente promovida por Sergio Ramírez, inicialmente conocida como “de las mayorías” – por un documento que publicaron sus promotores donde planteaban sus criterios sobre cómo volver a ser mayoría en la sociedad –) se aglutinaron alrededor de la controversia programática e ideológica, y no de la relacionada con la democracia, tema que siguió debatiéndose en un plano secundario y a lo interno de las dos grandes agrupaciones señaladas. En otras palabras, lo que definía en cuál de los dos grandes grupos se ubicaba cada quien era lo ideológico y no lo político, es decir la posición de cada quien respecto a la vigencia del socialismo y el antimperialismo, los métodos de lucha y el tipo de partido que debíamos ser.
Lo programático y lo ideológico, cuyo debate prevaleció en la crisis interna del sandinismo a inicios de los noventa, son ignorados totalmente por Dora María, y no porque padezca de amnesia, sino porque ella y su micropartido, el Movimiento Renovador Sandinista, sostienen la tesis de que la contradicción principal en Nicaragua no es entre izquierda y derecha, sino entre democracia y dictadura. Nuestro planteamiento, el del FSLN, es que mientras existan los antagonismos de clase la contradicción principal en la realidad social será siempre entre revolución y contrarrevolución, entre izquierda y derecha, entre socialismo y capitalismo, entre nación e imperialismo. La tesis de los renovadores sobre la contradicción principal tiene como objetivo justificar su apoyo en las últimas tres elecciones en Nicaragua, a los candidatos más retrógrados de la derecha, los candidatos de la oligarquía y el imperialismo, apoyados abiertamente por Estados Unidos. La estrategia política seguida por Dora María y los renovadores en los últimos años ha sido diseñada en la Embajada Norteamericana en Nicaragua, donde sin cuidarse las apariencias, se reúnen ellos con frecuencia. Curiosa manera de permanecer apegados a los orígenes históricos del sandinismo y a las ideas de Sandino. El gran debate a inicios de los años noventa no fue pues, si se elegía o no a los dirigentes, quiénes y cómo los elegían, o qué poder tendría cada organismo electo en el FSLN, sino la persistencia o no de la identidad revolucionaria del FSLN puesta de manifiesto mediante la proclamación del socialismo como el sistema por el cual luchamos los sandinistas, la definición del término socialismo a raíz del derrumbe soviético, la vigencia del antimperialismo en la acción del sandinismo, la pertinencia o no de tal o cual forma y/o método de lucha en dependencia de tales o cuales objetivos a alcanzar, la necesidad o no de que el FSLN se mantuviera como un partido de vanguardia, es decir un partido cuyo fin es la conducción política de una lucha revolucionaria y de un proyecto de construcción social, y en caso de una respuesta positiva, cómo debía asumirse ese papel en términos organizativos a la luz de los aspectos negativos en la anterior experiencia del modelo que estaba colapsando en la Unión Sovíetica coincidiendo con la pérdida del poder político por el sandinismo en Nicaragua o por el contrario, si estos criterios ya eran obsoletos y se imponía la necesidad de que el FSLN pasara a ser un partido electoral de tipo tradicional, un partido como cualquier otro o como los dos partidos (liberal y conservador) que se habían turnado en el poder a lo largo de la historia de nuestro país. Esos eran en realidad los grandes temas; el tema de la democracia en nuestas filas apenas tuvo cierta relevancia en una coyuntura muy al inicio, cuando se debatía si los miembros de la Dirección Nacional del FSLN debían ser electos a partir de candidaturas individuales o de candidaturas colectivas; fuera de eso, el tema de la democracia interna estuvo cada vez más relegado, pero no por la voluntad de alguien, sino porque así lo determinaba una realidad en la cual lo que estaba en juego no era la democracia en Nicaragua, sino la Revolución. Según la versión de Dora María, la preocupación de los revolucionarios nicaragüenses al ser desplazados del poder y en plena debacle del socialismo soviético, mientras toda la izquierda mundial debatía la vigencia del socialismo y el marxismo, era qué tan democráticos o autoritarios éramos y no qué tan vigente era nuestro proyecto revolucionario, y qué ajustes debían hacérsele a éste en caso de considerarse que tuviera vigencia. Es decir, la misma típica discusión que las circunstancias mencionadas impusieron en las filas de toda la izquierda y en todos los países; no fuimos una excepción en este sentido, y nadie podía serlo en el movimiento revolucionario frente a semejante situación, de la misma forma en que ningún ser humano podría ser indiferente ante el fin del mundo.
En el marco de esas polémicas, Dora María y el MRS (a los que tan preocupados se les ve ahora por la pureza revolucionaria del FSLN) optaron por la prohibición de la palabra socialismo en nuestro Programa, alegando a coro con todos los claudicantes del mundo, que el socialismo y el marxismo habían sido superados por la historia y que el capitalismo era el único horizonte civilizatorio posible; plantearon que el antimperialismo había pasado a ser otra pieza terminológica en el museo arqueológico de la teoría política, porque sencillamente (se atrevió uno de ellos a proclamar) el imperialismo había dejado de existir. De igual manera, los renovadores (como se comenzarían a denominar poco después) decían que la única manera legítima de actuar en el escenario político e histórico a partir de entonces era la participación política en lo que ellos asumieron como las instituciones democráticas por excelencia: las del modelo político liberal. Cualquier cosa que significara o implicara la posibilidad de confrontación física de algún tipo (es decir, violencia) para alcanzar objetivos políticos o sociales, pasaba a quedar proscrita en el nuevo código de valores asumido por quienes ya no veían la violencia en la explotación y la opresión, sino en la respuesta a ambas por parte de los explotados y oprimidos. En cuanto al tipo de partido, Dora María (que ahora se proclama contraria a los partidos tradicionales) y todos los renovadores, planteaban que la concepción de vanguardia ya no se correspondía con la realidad y que por tanto, debíamos pasar a ser un partido al viejo estilo de los tradicionales, que en nuestro país se conocen como paralelas históricas (liberales y conservadores), en aras de lo cual planteaban la eliminación del carácter permanente de nuestras estructuras y del estatus de militante. Recuerdo con nitidez cuando un compañero en el Congreso Departamental de Managua, ante una propuesta de los que en ese entonces eran los futuros renovadores, intervino en el plenario para hacer ver que éstos estaban proponiendo hacer del FSLN un partido de “correligionarios”, término usual entre liberales y conservadores para referirse a sus compañeros de partido. Los futuros renovadores hablaban incluso, de renunciar a la bandera roja y negra de Sandino, lo cual hicieron enseguida cuando organizaron su propio partido, el MRS, adoptando una bandera anaranjada… “porque es un color alegre”, explicaron en aquel momento.
Curiosamente, los primeros que nos articulamos como grupo de opinión dentro del FSLN fuimos los entonces conocidos como “ortodoxos”, a partir de un pronunciamiento suscrito por veintinueve miembros de la Asamblea Sandinista Nacional (que era de ciento veinte miembros) en el que llamábamos a un distanciamiento del FSLN respecto al primer gobierno de derecha en los años noventa, el de Violeta Barrios de Chamorro, encargado entre otras cosas de las privatizaciones neoliberales en Nicaragua. Digo curiosamente, porque a pesar de que el Secretario General del FSLN estaba con nosotros, el hecho de que debiéramos agruparnos en una corriente de opinión indica que la política adoptada en ese entonces por el FSLN era contraria a nuestras posiciones, producto de una correlación de fuerzas dentro de los organismos de dirección del partido que como queda visto, casi nunca nos era favorable. La necesidad planteada por nosotros en el pronuciamiento al que hago referencia, de un viraje en la política seguida hasta ese momento por el FSLN repecto a su relación con el gobierno, surgía de que el sandinismo estaba siendo percibido hasta cierto punto como cómplice de las políticas neoliberales, producto de la cercanía entre ambos, explicable para enfrentar a un sector de la derecha que en ese momento se presentaba como el más radical –el liberalismo, la fuerza que en otro momento había dirigido Somoza y que resucitaba bajo el liderazgo de Arnoldo Alemán–, pero injustificable en vista de que, en aras de no perder fuerza dentro de la institucionalidad democrático-burguesa, esa política de arreglos con el gobierno nos alejaba de la principal fuente de fortaleza política para cualquier partido revolucionario, que es la vinculación con las luchas y realidades del pueblo. Incluso recuerdo que en ese pronunciamiento nuestra afirmación más polémica fue que el diálogo, como método de lucha, estaba agotado. Por el contrario, los futuros renovadores defendían lo que en ese entonces se conocía como el cogobierno entre el sandinismo y el sector de la derecha cuya figura más visible era Violeta Barrios de Chamorro y cuya verdadero dirigente era el yerno de ésta y Ministro de la Presidencia, Antonio Lacayo (casado a su vez con una hija de la entonces Presidenta, que también es madre de la esposa del actual Presidente del MRS, Edmundo Jarquín, quien en esa época era diputado del FSLN y uno de los más notorios ideólogos de los renovadores; a propósito de los gobiernos familiares de los que tanto se queja Dora María, tema sobre el que volveré luego).
Respecto a los grandes temas en debate y vinculados con el Programa y los Estatutos del FSLN, nuestra posición era que precisamente debido a la crisis de la izquierda, en ese momento más que nunca se hacía necesario proclamar nuestra identificación por principios (se nos conocía también como los “principistas” versus los “pragmáticos” o futuros renovadores) con el socialismo como única alternativa frente al sistema socioeconómico y político contra el cual luchamos, que es el capitalismo y su actual modelo neoliberal. Pero precisábamos que nuestro modelo socialista debía ser distinto del que colapsó en la Unión Soviética y que una de las diferencia fundamentales en correspondencia con la nueva época en que vivíamos era la forma de socialización de la propiedad, la cual había sido concebida como sinónimo de estatización y ahora el énfasis debía estar en el ejercicio directo de la propiedad por los trabajadores. Afirmábamos también que el antimperialismo era inseparable de la esencia del sandinismo, cuyo surgimiento está precisamente en la lucha revolucionaria y antimperialista de Sandino, a propósito de lo cual es oportuno señalar que los renovadores se han sumado a la campaña ideológica de la derecha, de presentar al principal héroe de nuestra historia simplemente como un patriota, pero no como un revolucionario, con lo que se pretende despojar a nuestra Revolución de su principal referente político, que es el contenido revolucionario de la lucha de Sandino, de lo cual existen abundantes pruebas en los hechos históricos que protagonizó y en el extenso material escrito que nos legó.
Acerca de Sandino, dice Dora María que “si hubiera seguido las mismas tesis del orteguismo” habría pedido la presidencia o algunas jefaturas políticas. Pues Sandino en determinado momento, durante las negociaciones de paz que hizo con Sacasa, pidió efectivamente la jefatura política de buena parte del Norte nicaragüense, y en una ocasión escribió: “Nuestro ejército se prepara para tomar las riendas de nuestro poder nacional”.1 Sandino, al igual que el FSLN y Daniel Ortega, negoció; incluso, igual que hicieron en algún momento Daniel Ortega y Arnoldo Alemán, se tomó una foto con el primer Somoza, de quien incluso se hizo compadre. Y tuvo también, cómo que no, sus detractores por lo que hizo, que fueron los comunistas de escritorio en México. Y negoció, porque era un hombre con una gran visión política, la cual le permitió entender lo indispensable que eran esas negociaciones en las circunstancias posteriores a la expulsión de las tropas norteamericanas de Nicaragua.
Volviendo al asunto de la controversia en los noventa, además de nuestra posición frente a los temas del socialismo y el antimperialismo, los “ortodoxos” (como éramos conocidos en ese entonces) encabezados por Daniel Ortega planteábamos que ninguna forma ni método de lucha podían ser excluidos por principios, sino únicamente por razones tácticas, y precisábamos que la lucha violenta se legitimaba por el carácter violento de la ofensiva neoliberal que pretendía usurpar sus propiedades a los beneficiarios de la reforma agraria y a los trabajadores que reivindicaban su derecho a la propiedad en el contexto de las privatizaciones, así como también se legitimaba la violencia en la lucha callejera por la naturaleza violenta de las medidas gubernamentales que pretendían cercenar los derechos sociales del pueblo, que habían sido reivindicados por la Revolución. Pero también dejábamos claro que en las condiciones históricas nuestras, la recuperación del poder político sólo era posible por la vía electoral en el marco de la democracia burguesa, muy a pesar nuestro pero coincidiendo todos en esto, que contrario al caso nuestro, estaba muy en correspondencia con el culto que los renovadores rendían (y rinden hoy más todavía) al modelo político democrático burgués, por muy mojigatos que ahora se presenten al respecto, a propósito de lo cual hay que señalar un hecho histórico del que ellos fueron protagonistas, debutando con su actual denominación política, ya que fue esa su primera gran actuación pública como renovadores, en el transcurso de la cual fue que decidieron abandonar las filas del FSLN y formar su propio partido. Me refiero al ahora olvidado Pacto de 1995 entre los diputados renovadores (que eran casi todos los diputados sandinistas en aquel momento; es decir, los que habían llegado al parlamento con los votos del FSLN, pero que luego renunciaron a nuestro partido, mas no a su escaño parlamentario) y los que pertenecían a los partidos minoritarios de la derecha, aunque en diferentes momentos y aspectos de ese Pacto participaron también el partido de gobierno en ese entonces y los liberales de Arnoldo Alemán, que aún no tenían en el parlamento una representación que se correspondiera con las dimensiones alcanzadas por ellos como fuerza política, ya que esto sucedió después de la elección de ese parlamento, lo cual unido a la renuncia al FSLN de la mayor parte de sus diputados, creó el escenario subrealista de un parlamento donde la mayor parte de los supuestos representantes del pueblo pertenecían a partidos políticos diminutos o incluso fantasmagóricos (cosas de la democracia representativa), tan así que en las elecciones del año siguiente (las de 1996) esos micropartidos obtuvieron una cantidad de votos tan insignificante que casi todos quedaron sin representación parlamentaria y los que la lograron, sólo obtuvieron una representación mínima, a pesar de que gracias a ese Pacto los partidos pequeños, que lo hicieron a su medida aprovechando la insólita situación de su predominio parlamentario, tenían la ventaja de que sus candidatos podían ser electos con muchos menos votos que los cantidatos postulados por los partidos mayoritarios (trecientos y quince mil votos respectivamente, para ser exactos, como mínimo requerido para quedar electos).
El Pacto en cuestión (protagonizado por los renovadores y los partidos minoritarios de la derecha tradicional) consistió (además de lo ya dicho, que quedó consignado en la Ley Electoral) en una reforma constitucional que abarcó decenas de artículos, así como reformas de fondo a la Ley Electoral y acuerdos sobre candidaturas a cargos electos por el parlamento, para los cuales se postularon los propios diputados que participaban en el Pacto; todo un festín que hizo parecer juegos de niños los viejos pactos libero-conservadores de la época somocista, con la diferencia de que las partes en el Pacto de los noventa no eran mayoría. Otra cosa importante es que para hacer semejante cantidad de sensibles reformas no hubo consulta alguna con ningún sector, a pesar de que se estaba reformando una Constitución para cuya elaboración se habían hecho, en plena guerra de los años ochenta, una enorme cantidad de los que entonces se llamaron Cabildos Abiertos, con amplia participación de los ciudadanos. Se necesitarían muchas páginas para describir el contenido de ese Pacto de los noventa, así que me concentraré en tres cosas más, aparte de las ya mencionadas: el establecimiento de un porcentaje mínimo obligatorio para ganar las elecciones presidenciales y una segunda vuelta entre los dos primeros lugares en caso contrario, la prohibición de la reelección presidencial más de una vez o en períodos consecutivos y la obligatoriedad del voto calificado en el parlamento para elegir magistrados y demás cargos.
Esta última decisión de los firmantes del Pacto en cuestión obligó a sandinistas y liberales a negociar nombres para cargos de magistrados y contralores, lo cual fue demagógicamente cuestionado por los pactistas del noventa que habían hecho lo mismo cuando tuvieron la correlación de fuerzas para ello, y cuya intención era que las dos grandes fuerzas políticas (sandinistas y liberales), al no tener los votos suficientes según los erróneos cálculos de renovadores y compañía, tuvieran que pedir votos de los partidos pequeños a cambio de cargos para éstos; de igual manera que la segunda vuelta electoral fue establecida por renovadores y resto de pequeños partidos para poder venderse al mejor postor una vez que ninguna de las dos grandes fuerzas obtuviera el porcentaje requerido para ganar una elección presidencial en primera vuelta. Es decir, como la correlación de fuerzas no hizo necesario que los renovadores y resto de autores del Pacto de los noventa fueran parte de las negociaciones para candidaturas a cargos electos por el parlamento, ellos condenaron (por hacer lo que ellos no podían, pero también querían) a las dos únicas fuerzas políticas que podían negociar (y debían, pues de lo contrario era imposible elegir magistrados y demás cargos, ya que ningún candidato habría tenido los votos suficientes). Haciendo alarde de descaro, los pactistas de los años noventa condenarían luego el Pacto entre Daniel Ortega y Arnoldo Alemán, lo cual no fue freno para que ellos mismos a la vuelta de la esquina, se aliaran en diferentes momentos, con las dos fuerzas a las que ellos peyorativamente habían llamado “pactistas”: Con el FSLN en las elecciones presidenciales de 2001, y desde 2008 apoyando a los candidatos de la fuerza de derecha que tuviera mayores posibilidades electorales, llegando a ofrecer en 2011 la primera candidatura de diputado a Arnoldo Alemán, quien rechazó la oferta. Los Acuerdos entre el FSLN y el Partido Liberal Constitucionalista de Alemán también recibieron críticas desde adentro, pero por razones distintas a las de los renovadores y la derecha no liberal. Dora María habla de alianzas del FSLN con los liberales de Alemán; ha habido acuerdo entre adversarios (correctos o no, eso no viene ahora al caso), y partiendo de que somos fuerzas opuestas, distinto a lo que ha hecho el MRS, que ha ido incluso más allá de una simple alianza con la derecha (alianza que nunca ha hecho, repito, el FSLN): el MRS ha quedado como un simple apéndice de la derecha más retrógrada del país, la derecha oligárquica de origen conservador, y el actual Presidente del MRS corrió en las elecciones de 2011 como candidato a Vice-Presidente por el Partido Liberal Independiente, cuyo candidato presidencial (quien lo escogió a él personalmente con la vana ilusión de atraer votos sandinistas) es quizás el más reaccionario de cuantos han competido en elección alguna en la historia de Nicaragua, incluyendo a los Somoza y haciendo excepción (tal vez) del caudillo conservador Emiliano Chamorro. A eso llamo yo colapsar. En cuanto a las restricciones a la reelección, tenían como objetivo sacar a Daniel Ortega del juego político, como también hicieron los renovadores en curiosa alianza con el PLC de Alemán, en plena campaña electoral de 1996, a punta de maniobras descaradas y arbitrariedades evidentes, excluyendo a varios candidatos presidenciales que les estorbaban y aprovechando para ello su control del Poder Electoral, cuyos magistrados eran electos por ellos en el parlamento, y aunque los de entonces ya habían sido electos años antes, los sandinistas eran todos renovadores. Los demás pertenecían a los partidos pequeños de la derecha que habían hecho el Pacto con el naciente MRS, pero éste ya no se alió más con ellos, porque en esas elecciones eran rivales en la conquista del voto considerado como de centro, favoreciendo entonces por esta razón a los liberales.
Volviendo al debate entre “ortodoxos” y “renovadores” de cara a la Sesión Extraordinaria del I Congreso, llevada a cabo en mayo de 1994, nosotros éramos partidarios de reafirmar el carácter de vanguardia del FSLN, en vista de la necesidad de una dirección política para la lucha revolucionaria por la reconquista del poder y para la posterior instauración de nuestro modelo socialista. Sin embargo, considerábamos que debían hacerse cambios importantes en la manera de funcionar que teníamos en los ochenta. Ya desde 1990 se había establecido el libre ingreso en las filas del FSLN, que antes era restringido. El cambio promovido por nosotros a mediados de los noventa fue que la militancia pasara a ser opcional, es decir que no fuera la dirección del partido quien seleccionara a los militantes, sino que los miembros del FSLN optaran por cualquiera de las dos categorías (militantes y afiliados), una vez que supieran la diferencia entre ambas, que era el mayor nivel de compromiso y disciplina. Con el paso del tiempo esto tuvo nuevas modificaciones, que no vienen al caso en este momento; lo que quiero precisar ahora es que los renovadores (cuya líder se muestra hora tan preocupada por el – según ella – desaparecido carácter revolucionario del FSLN) planteaban que debíamos ser como los otros partidos, que se activan para las elecciones, sin dirigentes a tiempo completo, sin estructuras permanentes, y con estructuras similares a las de los partidos tradicionales. Todo un “partido de correligionarios”.
Pero como se ha visto ya, la polémica y las diferencias que dieron origen a lo que poco después sería el MRS no se reducían a cuestiones teóricas o a la discusión del Programa y los Estatutos del FSLN, sino que incluía asuntos prácticos estratégicos para el país. Precisamente la discusión que marcó el inicio del enfrentamiento entre los dos grandes bloques dentro de la Asamblea Sandinista Nacional fue acerca de una propuesta de los futuros renovadores, que consistía en una ley para la regulación de las privatizaciones de los servicios públicos, con el argumento de que al ser ésta inevitable, lo único que podía hacerse era ponerla bajo algún control. Frente a ello, recuerdo muy claramente cuando Daniel Ortega dijo que era mejor una privatización de los servicios públicos enfrentada a nuestra férrea oposición a la misma en el parlamento y en las calles, que una privatización quizás un poco mejor ejecutada precisamente a raíz de su legitimación por quienes estamos ideológicamente opuestos a ella, a lo cual añadía que el problema no era la manera en que se estaba privatizando, sino la privatización misma; y que la corrupción no estaba en las malas intenciones de los individuos que estaban llevando a cabo aquella gran operación gansteril que fueron las privatizaciones, sino en el hecho mismo de que éstas se estuvieran haciendo, ya que su esencia era pasar a manos privadas lo que era de toda la sociedad, y peor aún en el caso de los servicios, convertir en negocio los derechos fundamentales de los ciudadanos, como el agua, la energía eléctrica y las telecomunicaciones. Así nació el MRS: pactando a la vieja usanza del somocismo, por prebendas y a espaldas del pueblo; excluyendo a toda persona o fuerza política que fuera un obstáculo en las ambiciones de poder de los participantes en el Pacto; traicionando los principios revolucionarios al renunciar al socialismo y al antimperialismo; y bendiciendo las privatizaciones neoliberales de los servicios públicos. Esa acta de nacimiento fue completada con el fraude electoral perpetrado contra el FSLN en las elecciones de 1996 a favor de Arnoldo Alemán, con las boletas electorales tiradas en los cauces de Managua y miles de impugnaciones y pruebas presentadas por el FSLN, a diferencia de las elecciones posteriores en que ellos, junto a toda la derecha, nos acusaron de fraude sin prueba alguna y sin impugnaciones de las Juntas Receptoras de Votos por sus fiscales. La Presidenta del Consejo Supremo Electoral en 1996 era la renovadora Rosa Marina Zelaya, cuyo marido, Samuel Sampers, fue el único diputado del MRS electo en aquella oportunidad por la aplicación arbitaria hecha por ella misma de un método para definir a quién entre los candidatos renovadores le correspondía ese escaño, razón por la que ese diputado pasó a ser conocido en los corrillos de la chismología política nicaragüense como el “diputado consorte” (a propósito del nepotismo que tanto se nos critica, y con lo cual seguiré luego).
Algo interesante sobre todo esto que estoy diciendo es su verificabilidad por cualquiera que investigue en los periódicos de izquierda de esa época en Nicaragua (El Nuevo Diario y Barricada), que están al alcance de quien visite cualquier hemeroteca en nuestro país. Dicho sea de paso, ambos medios informativos pasaron a manos de los renovadores, siendo posteriormente recuperado uno de ellos (Barricada), en una situación que ya era de quiebra irreversible por el manejo administrativo que había tenido y por la retirada de casi todos sus anunciantes, que eran las empresas en manos de la burguesía, a la cual recién ingresaban los renovadores (que por ser los cuadros de más alto nivel en el FSLN tenían en sus filas a la vez, a la mayor parte de quienes aprovecharon tal posición para abusar de los bienes del Estado y del patrimonio del FSLN en lo que se conoció como “la Piñata”, que luego de forma cínica, ellos utilizaron junto con toda la derecha para atacar al FSLN). A propósito, es importante señalar la razón por la que los cuadros sandinistas de más alto nivel en los años ochenta renunciaron luego al FSLN para fundar el MRS. Los que se fueron del FSLN no fundaron el MRS porque hubieran sido previamene excluidos, sino al contrario: ellos se fueron por su propia voluntad del FSLN para organizar el MRS, una vez que fueron derrotados, tanto en la discusión del Programa y los Estatutos como en la elección de autoridades internas. Dora María se refiere a que muchos simplemente dejaron de hacer militancia activa porque fueron excluidos, en unos casos, y en otros porque tenían que “buscar de qué comer”. Según esta lógica, los miles de militantes del FSLN que se mantuvieron haciendo trabajo político y organizativo en nuestras filas, dedicando a éste gran parte de su tiempo, tenían su vida resuelta. Ella dice que solamente los diputados del período entre 1990 y 1997 (casi todos renovadores) y Daniel Ortega se quedaron haciendo vida política, porque él “tenía recursos” y ellos, “un salario para el debate político”. El desprecio que siente Dora María por la militancia de base es tal, que ignora su existencia misma y la de una legión de cuadros improvisados que ocuparon el lugar de quienes se fueron, sin necesidad de “un salario para el debate político”. Ella olvida, muy a su conveniencia, que el único partido político en Nicaragua que siempre ha contado y cuenta con una gran cantidad de militantes dispuestos a darlo todo a cambio de ninguna rebribución individual, es el FSLN; no pudiendo decir lo mismo el MRS ni los demás partidos de la derecha en Nicaragua, lo cual dice bastante acerca de en qué lado quedaron los revolucionarios en el sandinismo: con el FSLN o con el MRS, que nunca pudo levantar cabeza porque allí todo el que hace política pide un salario. Distinto es que el FSLN, por el carácter permanente de sus estructuras (derivado de su condición como partido de vanguardia que trabaja todo el tiempo en la conducción política del proceso revolucionario), necesite tener cuadros políticos a tiempo completo (aunque ni siquiera al regresar el FSLN al gobierno volvió a tener nunca la cantidad de políticos profesionales que hubo en sus filas en los años ochenta).
Sobre los supuestos excluidos, Dora María dice que “los cuadros intermedios terminaron siendo los grandes culpables de todo. Y en todas partes les volaron la cabeza a todos”, luego de afirmar que “la corriente encabezada por Daniel Ortega insistió en tratar de retrasar o frenar el proceso de democratización interna del partido”. Nada más falso. La verdadera democratización del FSLN se dio cuando, luego de ser derrotadas las posiciones de los renovadores en el Congreso Extraordinario de 1994, el FSLN llamó, en una decisión sin precedentes en partido revolucionario alguno, a todos los nicaragüenses que quisieran ingresar a las filas del FSLN, a inscribirse para elegir a los delegados de las estructuras de base del partido a las Asambleas Sandinistas Municipales, que a su vez eligen a los organismos de dirección municipales y a los delegados municipales que van a las Asambleas Sandinistas Departamentales, en las cuales se elige a los organismos de dirección departamentales y a los delegados que asisten a la Asamblea Sandinista Nacional (ahora esta Asamblea está integrada por los Secretarios Políticos Municipales, electos en sus respectivas Asambleas Sandinistas), y se estableció en los Estatutos que los delegados al Congreso fueran electos directamente en la base, siendo el Congreso el máximo órgano de decisión del FSLN, donde se elige a la máxima dirección, incluido el Secretario General, y se definen el Programa y los Estatutos. Fue producto de ese proceso, que los famosos cuadros intermedios quedaron fuera de todos los cargos (mas no fuera de la estructura del FSLN, pues no hubo en todo aquel proceso de los años noventa una sola expulsión); y quedaron fuera de los cargos porque fue esa la voluntad de los sandinistas de base, que no quisieron votar por ellos, y fue así que en todo caso, por las posiciones claudicantes de esos cuadros, las bases en un acto legítimamente democrático “les volaron la cabeza”.
Por otra parte, nadie hizo de esos cuadros los culpables de derrota alguna; al contrario: Ellos, muchos de los cuadros intermedios en la década de los ochenta, quisieron convertir a la Dirección Nacional del FSLN (y más específicamente a Daniel Ortega) en el gran chivo expiatorio de la derrota electoral, pero no lo lograron. Al contrario, quedó en evidencia que sus posiciones derechizantes (en aquel entonces reformistas o socialdemócratas, ahora abiertamente neoliberales –igual que ha sucedido con toda la antigua socialdemocracia en el mundo entero–) habían sido determinantes en el rumbo que tomó la Revolución Sandinista en los años ochenta, cuando se dejó pasar la mejor oportunidad en la historia de Nicaragua para hacer un cambio profundo en el sistema político, y en lugar de instaurarse la nueva institucionalidad revolucionaria con el poder en manos de las clases populares, se instauró un modelo político democrático representativo que luego, impidió al sandinismo defender con mayor efectividad desde la oposición, las conquistas revolucionarias. Sus posiciones claudicantes de renuncia al socialismo y al antimperialismo, así como al carácter de vanguardia del partido, fueron las que los pusieron en evidencia ante la base sandinista. Casi todos los ministros, los dirigentes del FSLN a todos los niveles y los diputados electos en 1990 se pasaron al MRS, porque cuando el poder revolucionario no es ejercido directamente por el pueblo, los revolucionarios que lo ejercen dejan de usarlo como instrumento de transformación revolucionaria de la sociedad, y terminan siendo ellos, en cambio, transformados en instrumentos del poder como un fin en sí mismo, cuya esencia es reaccionaria, toda vez que surgió con la explotación y la opresión, con el objetivo de legitimarlas y perpetuarlas.
El mérito de Daniel Ortega no fue haberse quedado al frente del FSLN y “andar del timbo al tambo”, como dice Dora María que él ha pretendido, sino haberse puesto al frente de la defensa de los principios históricos del sandinismo, de las posiciones ideológicamente revolucionarias en momentos que eran de desbandada generalizada en las filas de la izquierda, tanto en Nicaragua como en el mundo entero. Ya Daniel Otega se había hecho, muy a su pesar, un buen perfil como el pragmático y moderado de la Dirección Nacional en los años ochenta, de modo que para él lo más fácil en los noventa hubiera sido quedar bien con los dueños de la verdad y del buen gusto, de la moral y las buenas costumbres, como hicieron los renovadores que de inmediato comenzaron a ser alabados por la derecha, que los presentaba tal como ellos querían: como los “sandinistas buenos” o los que a pesar de ser sandinistas, son buenos; los “sandinistas democráticos” (fenómeno que como indica la cita escogida como encabezado de este artículo, ya había sido previsto como una posibilidad por Carlos Fonseca; el hecho de que no fueran infiltrados del enemigo es lo de menos, pues en todo caso actuaron como tales, que no es la situación actual, cuando ya actúan como el enemigo mismo). El mérito de Daniel Ortega es haber apostado por las ideas revolucionarias en el peor momento por el que éstas han pasado, pagando el costo de aparecer como el ortodoxo fundamentalista, electoralmente impresentable según los criterios oficialmente aceptados como razonables, incalificable por tanto para cualquier candidatura, renunciando así a la imagen de hombre moderado dentro del sandinismo, tan oportuna para los nuevos tiempos de predominio político e ideológico de la reacción a nivel nacional e internacional. Cuando en los ochenta la moda era ser radical, él fue el moderado; cuando la moda fue ser moderado, él fue el radical. O como bien lo grafica un elocuente dicho machista, a él le toco siempre bailar con la fea porque así lo escogió, porque es de quienes prefieren hacer lo que creen correcto y no lo que les va a proporcionar el poder y gloria, contrario a los que querían “volver a las mayorías” (tal como decía la proclama que fue su acta de nacimiento) a costa de los principios revolucionarios.
Cuando Dora María habla de “vínculos en los frentes de guerra” y de “los que andaban en los frentes de guerra” olvida que Daniel Ortega fue el fundador del Frente Norte, que fue el primero de los frentes de guerra y que surgió de la guerrilla segoviana nacida de las acciones guerrilleras dirigidas personalmente por él, que comenzaron con las emboscadas a los convoyes de la Guardia Nacional en la Carretera Panamericana entre Dipilto y Ocotal, la más exitosa de las operaciones militares de octubre de 1977, mencionadas por ella como el inicio del contacto a gran escala entre el FSLN y las masas populares, lo cual tampoco es así en realidad, pues ya para entonces el prestigio del sandinismo era grande, así como las simpatías que por él sentían amplios sectores populares, sobre todo a raíz del Pacto que hiciera el líder opositor conservador Fernando Agüero con el dictador Somoza, el cual radicalizó a favor de la lucha armada librada por el sandinismo, el creciente sentimiento antisomocista en el pueblo nicaragüense, lo que había quedado de manifiesto con la reacción popular ante la toma de la casa de José María Castillo en diciembre de 1974. Por otra parte, ya el FSLN antes de la ofensiva de octubre de 1977 tenía un trabajo político y organizativo muy amplio con la población en los barrios pobres de las ciudades con fuerte presencia estudiantil universitaria como el caso de León y Managua, o de comunidades indígenas afines a la lucha revolucionaria, como en el caso del mismo León y de Masaya, para el apoyo popular a la guerrilla en la montaña; trabajo previo realizado por el Frente Estudiantil Revolucionario, brazo juvenil universitario del FSLN, sin el cual habrían sido inconcebibles los procesos insurreccionales posteriores. Dora María dice las cosas de la forma en que las dice porque tiene el objetivo deliberado e inconfesable de restar méritos a la trayectoria revolucionaria de Daniel Ortega, de modo que quien no conoce la historia del FSLN y ve lo que dice una legendaria guerrillera, puede llegar a pensar que el actual principal dirigente sandinista es casi un advenedizo oportunista, ignorando que Daniel Ortega está entre los primeros dirigentes de máximo nivel en el FSLN cuando se integró a éste casi en el momento mismo de su fundación y pasó a la clandestinidad a la edad de diecisiete años, siendo poco después uno de los que han ingresado más jóvenes a la Dirección Nacional, cuando el promedio de vida de un militante clandestino era de aproximadamente seis meses. Tampoco puede adivinar quien ve el fingido menosprecio de Dora María hacia Daniel Ortega, que éste fue el Jefe de la guerrilla urbana en los años sesenta y que estuvo siete años encarcelado en las mazmorras de la dictadura.
Dora María, dirigente de un partido que tiene como Presidente a un empleado del Banco Interamericano de Desarrollo y cuyos cuadros políticos dirigen ONGs financiados por el Banco Mundial, reprocha al FSLN su supuesta gran afinidad con éste y con el FMI, a los cuales antes atacábamos (“ahora son sus pofis”, dice ella), y que lo mismo sucede con el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. Debo aclarar que el FSLN ha mantenido siempre el mismo discurso y la misma conducta respecto a los organismos financieros internacionales y a los tratados de libre comercio promovidos por Estados Unidos y Europa. El FSLN siempre se opuso y se sigue oponiendo a estos organismos y al TLC con Estados Unidos (razón por la que dicho sea de paso, fue criticado en su momento por reconocidos dirigentes del MRS), pero cuando éste fue discutido en la Asamblea Nacional no teníamos los votos suficientes para impedir que se aprobara, y en cuanto al Tratado de Libre Asociación con Europa (que Dora María no menciona), sólo lo aceptamos hasta que fueron incorporadas todas las cláusulas que exigíamos, y que cambiaron totalmente el carácter del mismo, a tal punto que ya los propios gobiernos europeos habían perdido el gran entusiasmo inicial, por razones obvias. El TLC, pues, es una herencia de la época en que gobernaban los mismos grupos de derecha que ahora son apoyados por el MRS, y que cuando negociaban con los organismos financieros no sólo les aceptaban todo a éstos, sino que aumentaban la dureza de las medidas económicas “recetadas” por ellos, mientras ahora en las negociaciones con los organismos financieros el FSLN ha logrado que Nicaragua pase de ser uno de los países con más imposiciones del FMI, a ser uno de los que tienen que cumplir menos imposiciones de este tipo. Lo temporalmente inevitable de las negociaciones con el FMI se debe a que éstas son una condición impuesta por los europeos para entregar a Nicaragua su mal llamada “cooperación”, que representa un alto porcentaje de nuestro Presupuesto anual. Pero una meta estratégica y públicamente presentada como tal por nuestro gobierno es librarnos del FMI. Es curioso que cuando el FSLN negocia sin más remedio con estos organismos, es condenado por ciertos grupos como “aliado” del FMI; pero cuando el FSLN marca su posición (como sucedió no hace mucho), denunciando las imposiciones que el FMI pretende aplicar (lo cual sirve de presión mientras las negociaciones se están dando), se nos dice que como nicaragüenses, estamos “mordiendo la mano que nos da de comer”. Porque en la oposición antisandinista hay una contradicción fundamental: Unos dicen adversarnos porque somos extremistas de izquierda, y otros porque no somos de izquierda, aunque en lo que ya es el colmo de la incoherencia, estos últimos al quedar en evidencia atacándonos en alianza con la derecha más reconocida como tal, se justifican con la ya mencionada tesis de que actualmente en Nicaragua, la contradicción entre democracia y dictadura está por encima de la existente entre izquierda y derecha.
A propósito de esto, Dora María dice que en Nicaragua actualmente hay una dictadura. Y ante el cuestionamiento de que en nuestro país actualmente no hay represión violenta (ni siquiera y ni por asomo a los niveles de los gobiernos neoliberales, calificados como democráticos por ella y todos los que califican al actual gobierno de dicatorial), argumenta que “el éxito de una dictadura es no tener necesidad de garrotear”, y afirma que los Somoza no siempre estuvieron matando gente en las calles, que eso sólo fue “en los momentos de crisis dura y, en especial, en los dos últiimos años”. La derecha (y los renovadores son de derecha desde que nacieron como tales) llama dictadura a todo modelo político que atente contra los principios de la democracia representativa. Por ejemplo, una acusación que se ha hecho siempre al FSLN para acusarlo de dictatorial (y que, meses después de la derrota sandinista de 1990, los entonces futuros renovadores aceptaron, golpeándose el pecho, como una de las causas de aquella derrota) ha sido la confusión Estado-Partido. Nosotros pensamos que mientras no hayamos cambiado el sistema político, los espacios institucionales con presencia sandinista serán trincheras revolucionarias de la lucha de clases y de la lucha política como manifestación suya, lo cual ciertamente, implica la confusión Estado-Partido. Pero siendo esto un argumento para decir que en Nicaragua hay una dictadura, también lo sería para decir que en los ochenta en nuestro país hubo una dictadura; es decir, cuando los actuales renovadores que hoy nos acusan de ser una dictadura ocupaban los más altos cargos políticos y gubernamentales. Sin embargo, la tendencia entre los renovadores y la disidencia sandinista en general es a idealizar los años ochenta, para decir que lo de entonces sí fue una Revolución, y no lo de ahora. Y que lo de ahora es una dictadura, y no lo de entonces.
Así, por ejemplo, Dora María dice que “la Revolución Sandinista (…) cambió profundamente el diseño de esta sociedad”. Como ya se ha dicho, en los años ochenta no se instauró un sistema político que institucionalizara el cambio revolucionario que se estaba dando; por tanto, el cambio profundo que ciertamente ocurrió no logró cambiar realmente “el diseño de esta sociedad”, porque si de algo se trata la dimensión política de la sociedad, es precisamente de su diseño. Yo agregaría una pregunta aquí, a aquellos que desde distintas posiciones descalifican al FSLN en la actualidad como un partido que no es revolucionario y en cambio, consideran que sí lo era en los años ochenta: si todo de lo que ahora se nos acusa también se nos acusaba en los ochenta, ¿cuáles de las cosas que se hicieron en los ochenta no se están haciendo ahora? La respuesta es fácil: las confiscaciones. ¿Quieren los renovadores o incluso, otros disidentes sandinistas que pretenden estar a la izquierda del FSLN, que confisquemos? Evidentemente, no hay quien esté pidiendo eso en este momento en Nicaragua, porque todo el mundo está claro de que las confiscaciones tuvieron razón de ser en aquel momento, pero no ahora; de lo que no todo el mundo está claro es de que la redistribución de la propiedad hecha por el FSLN en los cohenta mediante las confiscaciones, creó un sector popular en la economía que logró sobrevivir parcialmente a los dieciseis años de neoliberalismo, que eso hace posible ahora la titulación masiva de propiedades a nombre de las cooperativas, los pequeños productores en general y los habitantes de los barrios populares, convirtiéndose así éstos en sujetos de crédito dentro de la lógica actual de la economía, y que es gracias a eso que ahora no necesitamos confiscar para ser revolucionarios. Yo iría ahora aún allá con mi pregunta: ¿Qué es lo que no está haciendo el FSLN y que debería hacer para que los super revolucionarios que dedican la mayor parte de su tiempo a hacer causa común con el imperialismo atacando al sandinismo gobernante, nos consideren dignos de llamarnos revolucionarios? Tengo bastante tiempo de estar esperando ansiosamente una respuesta a esa pregunta. Pero nadie la da, porque nadie la tiene. Al contrario, se pueden mencionar cosas que se están haciendo ahora y no se hicieron en los ochenta, habiéndose podido hacer entonces. Por ejemplo, ahora se está instaurando el Poder Ciudadano, que es el primer paso para la construcción del nuevo sistema político que institucionalice el cambio revolucionario y es por eso que en esta su segunda etapa, la Revolución Sandinista no sólo se encuentra nuevamente en marcha, sino que se está profundizando.
Otra cosa que dice Dora María en esta misma línea es que actualmente hay “una Policía política (…), al servicio del engranaje de poder de una familia”, para luego sostener que se trata de “una Policía que diseñamos para que estuviera al servicio de la comunidad, de la ciudadanía, y que de hecho estuvo durante años”. No sé si se referirá a los años ochenta, en que la Policía y el Ejército estaban al servicio de la Revolución y por tanto, del FSLN. Difícilmente, pues para ellos (los renovadores) eso ahora es un pecado mortal. Seguramente entonces se refiere Dora María a los años de la llamada “profesionalización de la Policía y el Ejército”, en que ambos órganos armados (y sobre todo la Policía, por cierto) fueron utilizados por la derecha gobernante para reprimir al pueblo y ambas instituciones debieron resistir en condiciones tan adversas semejante situación para poder preservarse y llegar hasta el retorno del sandinismo al poder. Por lo demás, Dora María sabe que no es cierto que el somocismo asesinara sólo en sus dos últimos años. En el somocismo ser sandinista era prohibido y el castigo era la muerte; ella lo sabe mejor que yo. Ahora, en cambio, hasta hay quienes se llaman a sí mismos somocistas y nadie les hace nada; y hasta aparecen en marchas y demás actividades políticas junto a los renovadores, incluyendo a la misma Dora María, que ahora pretende en vano recuperar su virginidad ideológica.
Bajo ese mismo formato político viejísimo de acusar al FSLN de instaurar una dictadura, Dora María levanta la desgastada bandera del fraude, usada por toda la derecha mundial contra todos los gobiernos no afines a los intereses del imperialismo norteamericano, y se pregunta: “Si el orteguismo fuera mayoritario, ¿para qué necesitaría robarse las elecciones?” Según todas las encuestas (sin excepción) hechas en elecciones y fuera de ellas en estos años, efectivamente el FSLN o si se prefiere, “el orteguismo”, es mayoritario. Da la casualidad de que los resultados electorales coindicen con todas esas encuestas, y los que nos acusan de fraude no impugnaron casi ninguna Junta de Votación en ninguna de las elecciones según ellos fraudulentas (habiendo fiscales de ellos en casi todas las Juntas), y ni siquiera tomando como ciertas las irregularidades señaladas por ellos se podría poner en duda el resultado de la más reciente elección presidencial, en que la diferencia fue aproximadamente de 30 puntos porcentuales, a pesar de lo cual ellos siguen poniendo en duda ese resultado. Tomando en cuenta el “fraude”, dice Dora María, “el primer objetivo es cambiar el sistema electoral”. ¿Será que quieren volver al sistema que inventaron ellos en el Pacto de los noventa, cuando un candidato de un partido minoritario podía quedar electo con trescientos votos, mientras uno de un partido mayoritario necesitaba quince mil? ¿Será que quieren volver a ese sistema en el que teniendo los renovadores la presidencia del Consejo Supremo Electoral, se cometió (allí sí, con impugnaciones y sobradas pruebas) uno de los más escandalosos fraudes en la historia democrática de Nicaragua, que fue el de las elecciones de 1996, con menos de la mitad de la diferencia porcentual que hubo entre el FSLN y su más cercano rival en las elecciones presidenciales recién pasadas? Incluso, poco antes de aquel fraude había renunciado a su cargo el Presidente del Consejo Supremo Electoral, Mariano Fiallos Oyanguren (a quien nadie puede acusar de “orteguista”) alegando que no había condiciones jurídicas mínimamente aceptables para una competencia justa y transparente.
Siempre en lo mismo, Dora María añade el infaltable ingrediente del nepotismo, acusando a Daniel Ortega de instaurar todo un régimen de poder familiar. Yo pregunto: ¿Cuántos miembros de la familia Ortega Murillo son ministros? ¿Diputados? ¿Magistrados acaso? En los años noventa, siendo Sergio Ramírez Jefe de la Bancada Sandinista en el parlamento, había dos diputados más que eran familia cercana suya: Su fallecido hermano Rogelio y su hija, María (ambos excelentes cuadros y compañeros honestos, debo aclarar; y con méritos propios para ocupar ese lugar, además – independientemente de que hubiesen estado a favor de los renovadores –). En esa misma época la entonces Presidenta Violeta Barrios de Chamorro nombró a toda una legión de familiares suyos en altos cargos en todos los poderes del Estado, porque como bien hizo ver alguien en algún momento, a falta de un partido no le quedaba otra opción que confiar en su familia, siendo ella además, una ama de casa por excelencia. Arnoldo Alemán y su hija eran diputados al mismo tiempo, en el período presidencial de Enrique Bolaños. Incluso en los años ochenta la derecha atacaba a Daniel Ortega alegando que había nepotismo porque siendo él Presidente, su hermano era el Jefe del Ejército, sabiéndose de sobra que ambos tenían sus propios méritos sin que nada tuviera que ver, por tanto, el parentesco con el cargo. Igual cosa sucede con lo único a lo que puede aferrarse el ataque al FSLN en la actualidad respecto a este tema: el hecho de que Rosario Murillo sea Coordinadora del Consejo de Comunicación y Ciudadanía, desde donde – de más está decirlo – ha demostrado su singular capacidad e inteligencia, que ya antes había mostrado en otros ámbitos de la actividad pública, sobre todo en la cultura y el arte. Pero es que el problema del nepotismo no es el hecho en sí de que personas con vínculo familiar ocupen altos cargos gubernamentales y/o estatales, sino que la razón por la cual ocupen esos cargos sea ese vínculo familiar, y es evidente que ese no es el caso de Daniel Ortega y Rosario Murillo, pues es de sobra sabido que ella fue Jefa de Campaña del FSLN por sus propias cualidades y que por tanto, aunque Daniel Ortega no hubiera sido candidato presidencial y luego Presidente de la República, ella podría estar ocupando la misma responsabilidad que actualmente ocupa, o bien cualquier otra de alto nivel en el Gobierno o en cualquier Poder del Estado.
No conforme con su diatriba, Dora María llega a un nivel alucinante de agresividad que roza con lo criminal cuando se atreve a hacer un (no tan) solapado llamado al magnicidio, al decir: “Lo que en 1995 no estaba completamente claro en el Frente era que Daniel Ortega no se detendría. Que Daniel Ortega estaba dominado por su afán de concentrar más poder. Y no se detuvo. Es más: no se ha detenido. Ni se detendrá por su voluntad. Habrá que detenerlo (…) Mientras Daniel Ortega esté vivo será candidato a la Presidencia. ¿Cambiará Daniel Ortega y decidirá ser democrático y volver a sus principios? No, va a morir en su ley”.
Interesante, ¿no? “Habrá que deternerlo… Mientras Daniel Ortega esté vivo será candidato… Va a morir en su ley”. Luego, para completar su cuadro macabro, Dora María insinúa la posibilidad de la oposición armada cuando dice: “¿Cuál es la ventaja de optar por la vía cívica en estas circunstancias? Y lo repito: en estas circunstancias”, para a continuación referirse a esas ventajas, que no vienen al caso aquí; lo que quiero hacer ver es su deliberado énfasis en el término en estas circunstancias, dando a entender que eventualmente, la vía cívica podría sustituirse por la vía armada.
Dora María habla de gente “agotada de hacer fila en el partido para que le den una beca, un trabajo, la matrícula”. Todo el que tiene un mínimo contacto con la realidad en Nicaragua sabe que para otorgarse los innumerables beneficios de los programas sociales gubernamentales, a nadie se le pregunta su filiación política. Recurre también Dora María a la queja usual de la oposición, de que los recursos de la cooperación venezolana no entran al Presupuesto General de la República. Hay day dos razones para ello, y Dora María las conoce bien: Primero, si algo hemos aprendido los sandinistas es que en un sistema pluripartidista nadie puede asegurar la mayoría parlamentaria ni el control del gobierno por tiempo indefinido, y el Presupuesto se aprueba en la Asamblea Nacional, lo cual significa que incluir la cooperación venezolana en el Presupuesto implicaría eventualmente, poner en manos de la derecha el destino de esa cooperación, cuya razón de ser es el avance de un proceso de transformación social opuesto al orden de cosas que esa derecha defiende. Por otra lado, una de las cosas que han permitido al FSLN garantizar muchos beneficios sociales y programas para la reactivación y consolidación del sector popular en la economía a pesar de las restricciones fondomonetaristas, es que gran parte de esas inversiones no se reflejan en el Presupuesto como gasto social, que es una mala palabra para los organismos financieros internacionales.
Dando continuidad a su idea de que el FSLN fue un grupo aislado durante casi toda su existencia en la época de la lucha contra la dictadura somocista (lo cual ya se ha refutado aquí antes), Dora María se pregunta cómo esa minoría (que eso sí, en efecto lo era) “se convirtió en un factor revolucionario”; y se responde: “Porque había sostenido el punto y porque supo hacer un planteamiento en el momento de la crisis”, pretendiendo de esta forma y con indecente audacia, comparar lo que hizo el FSLN en aquel entonces con lo que está haciendo ahora el MRS, que según reconoce ella (porque no tiene de otra), es una fuerza minoritaria (por tanto, incapaz de ganar elecciones; absurdo que reclame entonces por fraude). Pero los que de verdad sostuvieron el único “punto” revolucionario que debía sostenerse en la peor época imaginable para el movimiento revolucionario en el mundo entero, fueron los militantes del FSLN que cuando ella y todos los renovadores se fueron, cuando nadie (empezando por los renovadores) quería saber nada de revolución ni socialismo, cumplieron con esa misión con la dedicación del vigía amigo del jardinero en la canción de Silvio Rodríguez, que cuando el verde se secaba y el viento del Sur se demoraba, seguía esperando que llegaran cantando la lluvia y su hora, con la pupila puesta en el invisible día en que llegaría el aguacero; el mismo que ya llegó para infortunio de los que creyeron el jardín perdido para siempre e insisten en esa idea sin que de manera alguna puedan enterarse de que el jardín sólo se perdió en la percepción de ellos, tan maltratada por la pérdida de la capacidad de creer en el ser humano y por tanto de saber que es posible alcanzar la felicidad para toda la humanidad si se crean las condiciones adecuadas para ello. Si esa pérdida del jardín que se secaba fue para siempre en su conciencia, de ellos depende. Hubo varios que volvieron a creer, a soñar y a luchar. Cualquiera puede hacerlo, si se lo propone. Y espero me comprendan si fui muy duro, ya que según puede comprobarse, no fue por mi gusto.
Nota:
1 Sandino, Augusto C., Ob. Cit., t. II, p. 245.
Carlos Fonseca Terán. Secretario Adjunto de Asuntos Internacionales, Frente Sandinista de Liberación Nacional
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“El Sandinista debe tener un auténtico espíritu crítico, ya que tal espíritu de crítica constructiva le da consistencia mayor a la unidad y contribuye a su fortalecimiento y continuidad, entendiéndose que una crítica mal entendida que expone la unidad, pierde su sentido revolucionario y adquiere un carácter reaccionario.”
Comandante Carlos Fonseca Amador.
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