lunes, 6 de mayo de 2013

CRISTIANISMO Y SANDINISMO














 Tomás Borge Martinez...



Muchos se preguntarán:

¿Qué hace en un congreso de teología un guerrillero que ahora es ministro del interior de la Nicaragua revolucionaria?

Seguramente ustedes ya se han dado la respuesta, pero es bueno que nosotros demos la nuestra.

La revolución sandinista ha sido considerada, con justicia, la más generosa de la historia; es una revolución sin pena de muerte, sin bombas lacrimógenas, con cárceles de régimen abierto y con habeas corpus. Es una revolución de los pobres, una revolución por la paz y la vida.

Algunos de los principios morales del cristianismo son los principios morales de la revolución aplicados a la realidad concreta de Nicaragua.


¿Qué de extraño tiene, entonces, que un representante de esta revolución este aquí? ¿Qué de extraño tiene que estemos entre ustedes si en Nicaragua se ha producido un proceso de convergencia y de identificación entre los revolucionarios sandinistas y los revolucionarios cristianos? ¿Qué de extraño tiene estar aquí si muchos revolucionarios sandinistas son cristianos y muchos cristianos son revolucionarios sandinistas?.


No soy un teólogo, ni un sacerdote como dijo el cable de una agencia de noticias. Soy revolucionario de un país que está orgulloso de tener una geografía desproporcionadamente pequeña al tamaño de su poesía, de su generosidad, de su revolución. Los hombres y los pueblos - como se sabe – veneran sus orgullos nacionales, los cuales nos obligan a seguir siendo hasta siempre poetas, a seguir siendo hasta siempre generosos, a seguir siendo hasta siempre revolucionarios.


En América Latina, por otra parte, se ven cada vez más guerrilleros y teólogos, combatientes y sacerdotes, caminando juntos las mismas fatigas, alimentándose en el mismo plato de las luchas populares y compartiendo abundantes esperanzas.

A veces, en un solo revolucionario se han juntado el sacerdote y el guerrillero, a través de esa historia latinoamericana cada día más ancha y más parecida a sus árboles, a la nariz aplastada y cordial de sus indios, cholos y mestizos.

No me refiero sólo a Camilo Torres, el pionero, o a Ernesto Cardenal y la comunidad campesina de Solentiname, o a la experiencia de la comunidad cristiana universitaria del barrio Riguero, o a los sacerdotes guatemaltecos asesinados, a Gaspar García Laviana, a monseñor Arnulfo Romero; me refiero también a Fray Bartolomé de las Casas, al obispo Antonio Baldivieso, crucificado por los hermanos Contreras, primeros tiranos de Nicaragua; me refiero a Miguel Hidalgo y José María Morelos, “Sacerdotes Guerrilleros”, como les llamo Jacques Lafaye.

Si la cruz y la espada fueron armas de dominación colonial, la cruz y el fusil frecuentemente reivindicaron el derecho y el deber de los cristianos en su identificación con los pobres.

En Nicaragua hay cristianos que entienden la caridad, el amor y la justicia como la negación del hambre, del analfabetismo, del atraso económico y de la dependencia; hay cristianos que niegan las limosnas al pie de los portales, la caridad, el amor y la justicia reservados para los fines de semana.

En Nicaragua hay cristianos que visten al desnudo, desarrollando la industria textil, dan de comer al hambriento, aumentando la producción de granos básicos y distribuyendo con equidad los limitados recursos alimenticios de la nación.

Los cristianos nicaragüenses se enfrentan con valor a los herederos de quienes consagran a la hija de Anastasio Somoza García como reina del ejército, ciñéndole la corona de oro de la Virgen de la Candelaria,

Y a quienes nombraron al viejo y cruel dictador “Principe de la Iglesia”.

Los cristianos nicaragüenses se enfrentan –a despecho de las excomuniones –a los que hacen ofrendas en el altar olvidándose de las reconciliación; a los que dicen que aman a Dios mientras mastican, con odio visceral, hombres y principios, violando la segunda ley del evangelio, el amor al prójimo.

No se puede servir a Dios y a las riquezas. Eso, desde luego, no importa a los saduceos; para ellos, el oro era Dios. La plusvalía era Dios, la máquina que vomita tornillos es Dios, la bomba de neutrones es Dios; la mentira, si es desafiante, es Dios; la indiferencia, el silencio, el desprecio al ruego por la paz y los muertos es Dios. Es Dios el que tira las sobras para que Lázaro las comparta con los perros de Epulón; Dios es la Alianza para el Progreso, el macartismo, el derecho divino de apuntar con la artillería de los portaviones a nuestras costas erizadas de langostas inexplotadas y de caseríos miserables.

Son los nuevos dioses de la sociedad de consumo; los mismos dioses que le hablan al mundo desde circuitos de televisión con mentiras descomunales que se transforma en verdades por obra y gracia de la credibilidad que es inmanente a los dioses; son los dioses modernos que han sido capaces, gracias al poder de su técnica, de coexistir con las contradicciones de la torre de Babel.

La filosofía de estos dioses es la de la muerte. Las expresiones ideológicas de la teología de la muerte proponen alentar esperanzas, en el sentido de que la transformación social es decidida integralmente desde el cielo. Todo, inclusive el mal, la tiranía, el imperialismo, es obra de Dios. El enfrentamiento oficial con estas decisiones divinas se redujo en la simple crítica, al llamado moral.

El pueblo nicaragüense –igual que muchos pueblos del mundo –ha sido víctima de estas ilusiones programadas fríamente para consolidar la explotación, para burlarse de la inocencia, para mentir deliberadamente y construir la justificación de la angustia.

En Nicaragua, claro está, se agotan las posibilidades esenciales de la mentira. No hubo otra alternativa que padecer y combatir la violencia, que destruir con violencia las mentiras, es decir, las causas de la violencia.

Las condiciones materiales esenciales para derrocar la violencia en Nicaragua se desarrollan en la década de 1950, dentro de un proceso de restructuración, siniestro e inevitable, en el contexto histórico del sistema capitalista internacional que integra a toda América Latina. Con el desarrollo capitalista del campo para la producción algodonera se da un proceso de explotación que priva al campesino y también al artesano de sus medios de producción, es decir, de las formas precapitalistas que les permitían soportar la sobreexplotación, con una conciencia donde la inconformidad fue, por mucho tiempo, un adjetivo.

El desarrollo industrial de la ciudad, que se produce especialmente a partir de 1960, no fue capaz de absorber las masas que emigraban del campo en busca de trabajo, de luz eléctrica, de sorpresas, de quien sabe qué, y que iniciaron la construcción de sus expectativas y de pobres castillos con cajas de cartón en la periferia de nuestras ciudades.

A lo largo de los años 50 el movimiento popular revolucionario evoluciona hacia formas armadas de lucha. Algunos de los movimientos armados son dirigidos todavía por el sector de la burguesía que se opone a Somoza y que llegó a creer que los fusiles eran fáciles, que las reservas para enfrentarse a la fatiga se vendían en el supermercado; constituyen los últimos intentos de esta clase por sostener una oposición activa frente a la dictadura. La burguesía nicaragüense se caracterizó por su falta de homogeneidad y de organización ideológica, de una visión estratégica y táctica, por su vocación a la estridencia, a cierto barroquismo primitivo y brutal. Los sectores revolucionarios buscas entre confusos, alegres y optimistas, el aprendizaje de sus propias experiencias. El 23 de Julio de 1961, bajo la guía de Carlos Fonseca, se fundó el FSLN.

Los primeros contactos entre revolucionarios sandinistas y sacerdotes católicos fueron enfrentamientos en los que predominó la cordialidad personal y la desconfianza política e ideológica.

Nos faltó la fe y empezamos a hundirnos en el agua hasta que el sentido común y el instinto de la supervivencia nos dio la mano para producir y reproducir el encuentro.

Inicialmente, queríamos ayuda cristiana para garantizar que la victoria revolucionaria, que parecía lejana e inevitable, no se convirtiera en una orgia de sangre; fue una previsión para negar la venganza.

Quiero con esto decir que los intentos primarios fueron de carácter táctico. Se tenía temor –a nivel de cristianos –de que nosotros pretendíamos instrumentalizar la fe en beneficio de un proyecto político. Examinando retrospectivamente aquel primer abrazo fraterno y desconfiado –yo tenía miedo de que finalmente me convencieran de que existía el infierno que me había relatado, para deleite de mis temores nocturnos, el obispo de Matagalpa-, me parece que Carlos Fonseca, que todos nosotros, no creíamos nunca que el cambio epistolar con Ernesto Cardenal y los positivos diálogos con Uriel Molina fueran más allá de un entendimiento coyuntural, de una búsqueda de protección a nuestra seguridad personal o de alguna declaración parroquial antisomocista.

No fuimos ajenos a las discusiones filosóficas mas con asombro mutuo fuimos descubriendo que era más importante discutir sobre la geometría del amor. Un amor compartido por lo que ellos llamaban el pueblo de Dios y nosotros, obreros y campesinos.

Nosotros estábamos seguros de que era correcta la afirmación de San Hilario: “Los ricos son ladrones o hijos de ladrones”. Fue relativamente rápido el advenimiento de la concepción de que los ricos deberían desaparecer, no como seremos humanos, sino como explotadores, precisamente para que recuperaran su condición de seres humanos o, por lo menos, para que los pobres se convirtieran en seres humanos.

El polo de atracción en que se convirtió el FSLN fue determinante para que el proceso evolucionara hacia nuevas formas de comprensión entre cristianos y organización política de vanguardia.

El frente sandinista estructuró lo que llamamos organizaciones intermedias, especie de vasos comunicantes con distintas organizaciones: sindicatos, grupos artísticos, asociaciones estudiantiles y de mujeres.

La formación de comunidades cristianas, alrededor de parroquias periféricas, donde jóvenes creyentes se aglutinaban alrededor de una fe que incluía la identificación con los pobres, los acercó al frente sandinista, que tenia preferencias inequívocas por los explotados.

Esta aproximación a las clases revolucionarias desde áreas cercanas, pero diferentes, nos indujo, sin preconcebir una estrategia, a darle categoría de organización intermedia, de cordón umbilical, a las agrupaciones cristianas juveniles.

En ese momento arranca una interrelación dialéctica entre cuadros del FSLN vinculados al trabajo en las comunidades cristianas y cuadros cristianos –ubicados en una disciplina orgánica –a trabajar en estructuras típicamente políticas. Este proceso llegó a fundir las líneas de demarcación. En cierta forma, la alianza se convirtió en integración. La desconfianza fue extraída del sombrero del mago y tirada al cesto de los papeles inútiles.

El idealismo moral de los revolucionarios no logró prever en aquel momento que se había introducido como cuchillo de mesa en cubo de mantequilla la lucha de clases en el seno de la iglesia nicaragüense.

La presencia de capellanes militares en la guardia genocida fue observada como un fenómeno natural en que algunos sacerdotes, como individuos, eran conducidos de la mano a la corrupción por aquella sociedad descompuesta en la que la alegría de vivir se confundía con el olvido de principios morales elementales.

Poco a poco fue adquiriendo forma en nuestras conciencias la expectativa de que era posible hacer una revolución con la iglesia y para el pueblo castigado y rebelde.

Cuando conocimos a hombres inteligentes y puros como Fernando Cardenal, sacerdote jesuita, que estaba ungido por un destino inevitable a dirigir la Cruzada Nacional de Alfabetización, nuestras esperanzas crecieron.

Pero la historia es terca como mula chontaleña, y los representantes ideológicos de la resignación, de la explotación y de la muerte se alinearon al lado de los ricos y de sus amos imperiales.

Aquella expectativa fue un sueño mientras estábamos dormidos al margen de la historia. Por ahora hemos perdido la esperanza de que algunos conductores o sectores de la iglesia nicaragüense comulguen en los platos de barro donde escasean el pan y la nostalgia, sin perder la esperanza de que alguna vez se va a producir la liberación de la teología, que es el paso definitivo para que se cumpla la teología de la liberación.

Los cristianos siguen buscando, en medio de una lucha frecuentemente irritante, la vivencia de su fe. Cristianos de origen popular intentar vivir su fe en la identificación con sus propios intereses de clase y cristianos provenientes de otros sectores sociales hacen el esfuerzo de la humildad para identificarse con los pobres; pobres que han dejado de ser o están dejando de ser religiosos tradicionales. A estos pobres que, impulsados por su situación, se organizaron en su momento para tomar tierras en el campo, o en la ciudad para hacer reivindicaciones inmediatas en los barrios periféricos, les resulta difícil concebir que alguien se identifique con su miseria económica, si no se identifica también con sus necesidades políticas y con su actitud frente al retorno de un estado causante de la pobreza y de la represión. De esta manera, los cristianos nicaragüenses van aprendiendo, no a modificar su fe, sino a comprender la forma de vivir la fe.

El frente sandinista es celoso guardián de nuestras tradiciones, evidentemente porque no somos dogmáticos, porque somos irredentos de nuestra vocación crítica. Este antidogmatismo es igualmente el que nos permitió, en última instancia, captar la fuerza revolucionaria que son capaces de ejercer los cristianos. El padre Gaspar García Laviana y los cristianos que dieron su vida por nuestra revolución, los cristianos que hoy están dispuestos a dar su vida por la revolución, sintetizan esta experiencia.

El profeta Habacuc tenia ante sus ojos al pueblo nicaragüense cuando dijo “Pendencias hay y altercados se suscitan, pues desaparece la ley y el derecho no aparece nunca. El injusto acorrala al justo, por eso aparece el derecho torcido”. Una revolución, precisamente, es una pendencia y un altercado que se suscita porque desaparecen la ley y el derecho. Hacer una revolución es enderezar el derecho torcido, es quebrar el vidrio barato del poder reaccionario con que el injusto acorrala al justo. ¿Cómo se iban a poner los cristianos –que se educaron en el combate a los pobres –del lado de los ricos de quienes el salmista dice que “devoran a los indigentes de la tierra y a los pobres de entre los hombres”?.

¿Cómo se iban a poner del lado de quienes dice Isaías: “Ay de los que amontonáis casa con casa y campo con campo juntáis, hasta ocupar todo el lugar y quedaros solos en medio del país”? La hora de la revolución es la hora en que los ricos han quedado solos; es la hora de las tristes alarmas para quienes han amontonado casa con casa para iniciar el crujir de dientes, “sus reservas se han podrido y sus vestidos están comidos por la polilla”.

La revolución es el óxido que los ricos encuentran en el oro y la plata; es el fuego que quema sus carnes; el infierno es, exactamente, el clamor de los asalariados, es la queja de los segadores, es el inocente que condena porque tiene en sus manos las armas de la defensa. “Porque el rico –dice Santiago –pasará como la flor del campo. Se levanta el sol, viene el calor, seca la hierba y marchita la flor, sin que nada quede de su belleza. Así también se marchitará el rico en medio de sus empresas”. Los ricos se marchitaron en Nicaragua, los estamos ayudando a despojarse de sus egoísmos y nos sentimos dichosos, irreversibles y confiados.

La flor del campo no se seca, ciertamente, sin resistencia. Los que acorralaron al pobre, los que torcieron el derecho, los que se engrandecieron y enriquecieron llenando su casa de lo defraudado, los que no respetaron la justicia de los pobres, los que engordaron y relucieron –dice Jeremías –los que codiciaron campos y los arrebataron, los que urdieron el mal en sus lechos y al despuntar la mañana lo llevaron a cabo –dice Miqueas –,los que robaron casas en vez de construirlas –nos revela Job -,los que creyeron que sus ojos y plata nunca se iba a oxidar, los que creyeron que el inocente nunca se iba a defender, los que deben de ser arrojados al fuego porque son árboles que no dieron frutos buenos –reitera Mateo -; estos, jamás en la historia se han resignado a perder el poder, y siempre harán todo lo posible porque retorne triunfante el reino del mal gusto, de la injusticia y de la violencia.

Ya en los primeros tiempos del cristianismo, el propio Jesús y profetas como Ezequiel tuvieron que denunciar a quienes intentaron, y aún hoy intentan, convertir a la religión “en un puro negocio”. Las clases que nuestra revolución desalojó del poder eran y son expertas en el negocio de la religión. El analfabetismo que durante siglos consumió la capacidad creadora de nuestro pueblo no es ajeno a un determinado tipo de religiosidad que esas clases supieron utilizar con la misma habilidad con que arrancaban plusvalía con uñas y dientes. La campaña de alfabetización, a través de la cual en solo cuatro meses logramos reducir cuantitativamente ese analfabetismo de siglos, fue combatida argumentando con cinismo que le arrebataban al pueblo la libertad de ser ignorante.

Pero aprender a leer y escribir es apenas el primer paso hacia la conciencia crítica y objetiva de las relaciones de los hombres entre sí y con la naturaleza. La formación de esta conciencia es un proceso. Por eso hemos tomado en serio la creación masiva de centros preescolares, escuelas primarias, escuelas secundarias. Pero, entre tanto, subsisten algunas actitudes, ideas y hábitos de comportamiento consagrados por la repetición y la ignorancia de casi quinientos años. Y esto explica, para decirlo aunque sea una vez, las posibilidades de manipulación de los sentimientos religiosos del pueblo nicaragüense en contra de su propia revolución.

Ustedes, por ejemplo, habrán oído hablar de la “Virgen que suda”. El diario La Prensa –un diario norteamericano que se publica en Managua –le dio mucha publicidad, se trataba de una estatuilla de yeso que, según la propaganda, sudaba por los pecados de la revolución. Se descubrió después que ese sudor no era más que el resultado de un simple proceso físico, previamente inducido, y que La Prensa le había estado haciendo propaganda a un embaucador. En el mismo sentido, se trató de hacer ver las inundaciones del año pasado como un castigo de Dios. De igual manera se nos ha presentado como perseguidas por el gobierno, a figuras religiosas que, al mismo tiempo, se intenta proyectar como figuras políticas. Se ha sostenido una campaña sistemática mediante la cual se trata de enfrentar a nuestro pueblo con el gobierno revolucionario, asociando a este con el comunismo y asociando a la religión con la defensa de la democracia y con el modo de vida norteamericano.

Como ustedes saben, este tipo de confrontación, artificialmente creado, se inscribe dentro de una estrategia más amplia. Conscientes del potencial revolucionario del cristianismo, los enemigos del hombre en los últimos tiempos han concedido una importancia estratégica especial a la lucha ideológica.

Esto explica la formación de organizaciones norteamericanas como Moral Majority, la Voz Cristiana, la Mesa Redonda Religiosa, el Instituto sobre Religión y Democracia que, según entiendo, fue visitado por nuestro ilustre arzobispo. El trabajo de estas organizaciones persigue, como se sabe, el control de las iglesias norteamericanas y de las iglesias de América.

En el trasfondo, se encuentra el llamado conflicto este-oeste. Todos nuestros problemas, si nos atenemos a esta tesis, derivarían en este conflicto. De acuerdo con estos planteamientos, en lo que respecta en particular a Latinoamérica, el enemigo externo es la Unión Soviética, es Cuba, es Nicaragua. Se pretende también que lo sean sacerdotes, pastores y cristianos comprometidos con la revolución. Todo esto ha quedado claro en el documento de Santa Fe y en las declaraciones de Reagan y de su nostálgico grupo de asesores.

El Instituto sobre la Religión y Democracia se vincula con el movimiento neo conservador que representa, en gran medida, la administración Reagan, a través de diversos canales; uno de los más importantes es la “coalición por una mayoría democrática” creada en 1972, y entre cuyos miembros figura la distinguida dama Jeanne Kirkpatrick. Es significativo que la primera aparición del instituto se produjera en 1981, y que tuviera como tema El Salvador, anunciando una campaña contra la implicancia de las iglesias en el proceso revolucionario de Centroamérica.

La “democracia” y el “reformismo” han intentado una política de recuperación acurrucada en la estrategia de retorno de la hegemonía norteamericana, que prioriza la lucha en el área religiosa y en la política exterior, y se propone diferenciarse, inútilmente, de tendencias conservadoras de comprobado desprestigio como el macartismo y la “nueva derecha” que pone énfasis en el “enemigo interno” y es formalmente más radical que el neo conservadurismo que representa la administración Reagan.

Sobre este trasfondo es como se perfila el conflicto que bajo disfraz religioso se trató de provocar en agosto de 1982 en la ciudad de Masaya. Aquí la contrarevolución tropezó con la fe revolucionaria del pueblo cristiano. Esto explica el conflicto que se ha tratado de suscitar en la Costa Atlántica, instrumentalizando a algunos pastores moravos y de algunas sectas, y aprovechando las características étnicas y culturales de la población misquita, cultivadas artificialmente por la dominación británica, en los tiempos en que trato de apoderarse de la Costa Atlántica de Nicaragua, prefabricado una monarquía misquita.

Zelaya Norte, habitada por la etnia misquita, ha pretendido ser separada de Nicaragua por medio de la violencia y el terror; Zelaya Norte es parte de Nicaragua, y cualquier intento separatista es antihistórico, favoreciendo solamente al imperialismo.

También sobre ese trasfondo es como se explican los malos entendidos que rodearon la pasada visita del papa a Nicaragua. Nos bastará un ejemplo para demostrar hasta qué punto los negociantes de la religión intentaron “vender” su mercancía ideológica convirtiendo en reclame la figura del papa.

El día anterior a la llegada del papa a Nicaragua los guardias somocistas habían asesinado a 17 jóvenes. Las madres de esos jóvenes le solicitaron al papa una oración por sus hijos caídos. Cada una de las quinientas mil personas que habían congregado para oír la voz del Vaticano tenían fresca la fragancia del martirio. Muchos de los que en la plaza 19 de Julio pidieron , con lágrimas en los ojos y gritos desgarradores, una oración por los caídos, ya cayeron, sin oración del alto nivel eclesiástico, en la defensa de su patria. Era, pues, explicable, más bien obligatorio, que, quienes durante más de cuarenta años han sido víctimas de la violencia, al encontrarse con quién consideran el máximo representante de Dios, le pidieran una oración por la paz. Nadie puede censurarnos si comentamos aquella omisión, que fue un gran silencio, un dramático atentado contra el buen sentido, sin lastimar los principios de la diplomacia y del buen gusto.

En Nicaragua, bajo el somocismo, existió persecución religiosa. Sacerdotes, religiosos, religiosas, fueron perseguidos, encarcelados y algunos de ellos asesinados.

En algunos países de Centro América existe persecución religiosa. Entre los funcionarios del actual gobierno salvadoreño, figura el asesino de Monseñor Romero. ¿Quién no lo conoce? Eso no es ninguna nueva noticia, y tal vez por ello los medios de información que controla el imperialismo no nos dicen nada acerca de la persecución religiosa en Nicaragua, mientras tanto, el monseñor de la contrarevolución reitera en concentraciones públicas, sermones, homilías y chismes de sacristía sus posiciones políticas reaccionarias citando el evangelio fuera de contexto.

¿Cómo acusar, entonces, a la revolución sandinista de persecución religiosa? Es sencillo. Aplicamos el maniqueísmo y basta. La revolución es comunista y, por lo tanto, enemiga de la religión. Los sacerdotes que apoyan a la revolución consiguientemente son infiltrados y están vendidos al oro de Moscú. Nuestro compromiso histórico de respetar y fortalecer el contenido religioso de las fiestas patronales es falso, como son falsas las lágrimas que derramamos por la muerte de monseñor Romero. Nuestro amor por los preferidos de Jesús, los niños, es demagogia. Nuestro silencio prudente por la pastoral que invita al pueblo a desobedecer la Ley del Servicio Militar Patriótico tiene proyectos inconfesables. No hemos asesinado sacerdotes, pero esa es maniobra táctica, dicen ellos. No hemos cerrado iglesias seguramente para engañar a la opinión pública. Recibimos al papa y gastamos decenas de millones de córdobas en transporte y atenciones, pero, claro está, fue para insultarlo pidiendo que orara por nuestros muertos y dijera una oración por la paz.

¿Por qué será, me pregunto, que muchos cristianos han sido acusados de marxistas y nunca un marxista ha sido acusado de cristiano? ¿Qué es lo que ocurre en la práctica? Han sido desplazados de sus parroquias monseñor José Arias Caldera y el dominico Manuel Batalla; se les ha suspendido su licencia de oficiar misa al jesuita norteamericano Peter Marchetti y al jesuita español Luis Medrano, sólo por citar algunos ejemplos de las presiones que han tenido que soportar muchos religiosos.

¿Quién es, entonces, el perseguidor? ¿Quiénes son los perseguidores? De acuerdo con el evangelio del imperialismo, identificarse con los pobres es ser anticristiano e identificarse con la política norteamericana es cumplir con los mandamientos de la ley.

En América Latina los sacerdotes, los religiosos y las religiosas perseguidas han sido siempre aquellos que se identificaban o se identifican con los pobres. Perseguidos en Chile, El Salvador y Honduras y refugiados en Nicaragua por la misma causa. Por eso decía monseñor Romero “En América la iglesia padece el destino de los pobres: la persecución”.

En América Latina, el cuarenta por ciento de la población vive en harapos y con las tripas vacías, no se sabe con exactitud si el analfabetismo, que otorga la superioridad de los anteojos rigurosamente medidos y de las enciclopedias británicas a los explotadores, abarca el cincuenta o el sesenta por ciento de los centroamericanos; de cada mil niños que nacen, más de doscientos son víctimas de homicidios –la gastroenteritis a la cabeza –sin que sean conocidos por los tribunales de justicia.

Los mercaderes de contrarevolucionarios podrán ingeniárselas para que estas contradicciones avancen hacia la explosión con paso de tortuga, pero no podrán impedir que un día de tantos se incendie la última, la única mecha, que iniciará la deflagración de la pólvora latinoamericana. 

En Nicaragua han boicoteado nuestras fuentes de financiamiento externo, pero no podrán agotar las fuentes de la creatividad popular. El imperialismo tiene capacidad real para reducir, hasta la cólera y la autocompasión , nuestras divisas, pero será incapaz de agotar nuestras reservas de patriotismo, nuestra voluntad de resistir.

La contrarevolución seguirá destruyendo caminos, escuelas y centros de desarrollo infantil, pero no podrá impedir que nuestros campesinos recién alfabetizados sigan aprendiendo la perspectiva del alfabeto, la nueva eficiencia de los surcos.

La bestia seguirá comprando a Caifás, pero no podrá comprar a los cristianos para que renuncien a ser revolucionarios.

En Nicaragua prohibimos el uso de los símbolos religiosos en la propaganda mercantil convertida en hábito para las fiestas de navidad, para vender ilusiones y ropas importadas.

En Nicaragua hemos negado a los leones que devoran hombres para deleite de los magnates; al mismo tiempo que luchamos por la multiplicación de los panes, tenemos aversión por el idiota, ridículo y alienante mercado de consumo superfluo.

Las posibilidades del desarrollo económico son objetivamente limitadas, y aunque hemos logrado amedrentar a la miseria seguiremos, gracias a Dios, siendo pobres. Nuestro único proyecto posible a mediano plazo histórico la resurrección de la vida, es decir, la vigencia del amor. Y para lograr este objetivo estamos enjuiciando el individualismo en el tribunal de la vida y del amor.

Vamos a interrumpir a los seres egoístas y parcelados. Vamos a construir, así nos cueste la excomunión o la muerte, la sociedad comunitaria que fue concebida, aunque en términos elementales, por los primeros cristianos en las catacumbas romanas, desde luego, con clara conciencia de una nueva dimensión económica y social.

Esto no es fácil. Heredamos una sociedad dependiente, con agujeros de ratas y aguas contaminadas. La economía nicaragüense con uñas y dientes lucha por un desarrollo autónomo enfrentándose a los implacables mecanismos de control del mercado internacional, al monopolio tecnológico y a las negativas de financiamiento.

Hay presencia y residuos de la producción capitalista; todavía sobreviven y sobrevivirán por algún tiempo forma precapitalistas de producción, que reproducen salarios cualitativamente inferiores al valor real de la fuerza de trabajo.

Nicaragua, la tierra de la resurrección de los vivos, está cercada por las agresiones militares, el endeudamiento externo, los colmillos feroces del intercambio injusto. Frecuentemente el silencio y el olvido nos insultan más que las calumnias.

Pero hay calumnias que tienen especial relevancia. Frente a testigos en su mayor parte perplejos –aunque no me queda la menor duda que también a testigos satisfechos -, se han levantado, en un momento medido con fría exactitud, acusaciones divorciadas de la lógica elemental, pero que, con una reiteración que no tiene el menor rastro de remordimiento, tratan de aislar a la Nicaragua agredida y asediada.

¿Qué es lo que se pretende?.

El objetivo no es únicamente Nicaragua; es Centroamérica, es España y el aporte de la nueva democracia española de la paz en Centroamérica.

¿A quién benefician estas calumnias que además de ser despreciables son cobardes?

¿Contra quién están dirigidas?.

¿Será contra el poderoso país, dueño del oro, de armas mortíferas y de una prepotencia feroz que ha decidido ser propietario de los destinos de Centroamérica?.

¿O será contra el país pobre, desarrapado, semidestruido, que no tiene más fuerza que su amor por la independencia recién adquirida y su terca defensa de los sueños y esperanza de los oprimidos?.

Las opciones están claras: O se defiende al gigantesco agresor o se está del lado del pequeño, pero digno, país agreçdido. O se está con David o se apuntan con Goliath. No hay más alternativa.

Para nosotros solo hay una opción posible: defendernos.

Defendernos de los fusiles criminales y de los teletipos mentirosos.

Vamos a defender nuestras transformaciones sociales. Vamos a defender nuestro derecho a ser dueños de nuestras decisiones. Vamos a defender la paz y la búsqueda de la paz.

La Revolución Popular Sandinista ciertamente ha despertado contradicciones en Centroamérica; ha cambiado las reglas del juego entre opresores y oprimidos. Pero de estas contradicciones saldrá una síntesis que pasa por la liberación y conducirá a una paz definitiva en Centroamérica.

Somos la vanguardia de esa paz, y por eso nos odian los que han hecho de esa guerra no sólo su instrumento de dominación, sino también su razón de ser.

Tenemos que organizar nuestra defensa. Si no lo hiciéramos, ¿con que armas podríamos enfrentarnos a la muerte, para defender la vida? ¿Con que armas defenderíamos la posibilidad de la paz?.

Nuestro ejército se constituyó para defender el derecho a la paz. No es un ejército para agredir a otros pueblos, sino para defender a Nicaragua. Los ejércitos tradicionales que dominan a muchos pueblos en América Latina son ejércitos de agresión contra sus propios pueblos.

Nuestro ejército no podrá jamás agredir al pueblo nicaragüense, porque el ejército es el pueblo mismo.

Nuestras armas defienden la supervivencia de los niños, nuestras armas defienden al alfabeto que conquistó nuestro pueblo, nuestras armas defienden el proyecto estratégico de una nueva moral.


El gobierno norteamericano decidió, a nombre de la democracia y de Dios, ser propietario de nuestras decisiones e irritarse salvajemente cuando detecta que se nos ha metido entre ceja y ceja imitar a David. No nos perdonan que les arrebatemos de los dientes las hostias profanadas y cometamos la imperdonable locura de creer que la soberanía de un pueblo no se discute, sino que se defiende con las armas en la mano.

No voy a mencionar los errores ni la inexperiencia para que nadie sospeche que somos pesimistas; por el contrario, vamos a salir adelante, vamos a sobrevivir y vamos a triunfar.

Ustedes han reflexionado teológicamente sobre la liberación y la paz desde la perspectiva de los pobres. Nosotros creemos, con fe a toda prueba, en la filosofía de la liberación y en el proyecto de salir de la miseria para abordar la pobreza. Después vendrán nuevos estamentos del desarrollo donde la riqueza principal sea el trabajo para satisfacer las necesidades fundamentales del hombre y de la sociedad, donde esté prohibido el despilfarro y la apropiación del trabajo de unos hombres por otros hombres.

Tal vez algún día abordemos con nuestros entrañables hermanos y amigos cristianos la filosofía del cristianismo; por ahora reiteramos con ustedes nuestra comunión del amor por el hombre, nuestra identificación con los humildes, nuestra preferencia exclusiva por los pobres.


No renunciamos, no renunciaremos jamás a la vida, a la alegría, a una sociedad donde el hombre sea hermano del hombre, donde se agrupen los principios morales de la revolución y los principios morales del cristianismo, para que se nieguen y se afirmen en síntesis que rebase la ortodoxia y las lógicas formales. A pesar de todo, es posible rechazar la involución, encontrarnos más allá de los dogmas y descubrir, finalmente, que los seres humanos son vulnerables al amor.
Ese día dejaremos de hablar del hombre nuevo, para hablar, simplemente, del hombre.


Revista Cutural nicaráuac, Mayo – 1985, Managua, Nicaragua.





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“El Sandinista debe tener un auténtico espíritu crítico, ya que tal espíritu de crítica constructiva le da consistencia mayor a la unidad y contribuye a su fortalecimiento y continuidad, entendiéndose que una crítica mal entendida que expone la unidad, pierde su sentido revolucionario y adquiere un carácter reaccionario.”

Comandante Carlos Fonseca Amador.

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