La crisis acaparó nuevamente la escena diplomática
estas últimas semanas. Un doble veto tuvo lugar en el Consejo de
Seguridad de la ONU, la Asamblea General votó una resolución y el
enviado especial del secretario general de la ONU presentó su renuncia.
Toda esta agitación, contraproducente en el campo diplomático, responde a
objetivos que nada tienen que ver con la búsqueda de la paz.
Los occidentales no tenían ninguna razón diplomática que justificara
un voto sobre su proyecto de resolución, mientras que los rusos ya
habían anunciado de antemano que no aceptarían su adopción. Tampoco
tenían razón alguna los occidentales para buscar la adopción de una
nueva resolución en la Asamblea General de la ONU, que ya había adoptado
una anterior redactada en términos similares. Y, para terminar, Kofi
Annan tampoco tenía razones objetivas para dimitir.
Parte de toda esta secuencia es, por demás, ilegal. La Asamblea
General no está facultada para debatir sobre los temas que se hallan en
manos del Consejo de Seguridad, a no ser cuando «parece existir una
amenaza para la paz o un acto de agresión y cuando, debido a la falta de
unanimidad entre sus miembros permanentes, el Consejo de Seguridad no
puede cumplir con su principal responsabilidad en la preservación de la
paz y de la seguridad internacionales», lo cual no sucede en este
caso ya que los promotores de la resolución insisten en presentar la
crisis siria como un problema de carácter exclusivamente interno.
En todo caso, la Asamblea General de la ONU no mencionó esa facultad (conocida como «Unión para la preservación de la paz»).
Los dirigentes occidentales sugirieron, sin embargo, que la Asamblea
General disponía de una prerrogativa más importante aún: de un derecho
de injerencia humanitaria. Esto constituye una evidente estafa
intelectual. La Carta de la ONU se basa en el respeto de la soberanía de
los Estados miembros, mientras que el «derecho de injerencia»
(antiguamente denominado «misión civilizadora») es el derecho del más
fuerte, al que tantas veces han recurrido las potencias coloniales para
conquistar el mundo.
Es desde esa perspectiva que los dirigentes occidentales han venido
denunciando constantemente la inacción del Consejo de Seguridad en el
caso sirio. Lo cierto es que no ha habido tal inacción sino que el
Consejo de Seguridad se halla dividido, como lo han demostrado los tres
vetos sucesivos. Lo que demuestran los hechos es que el Consejo se
mantiene activo puesto que incluso ha adoptado ya 3 resoluciones sobre
la crisis siria (las resoluciones 2042, 2043 y 2059). Cuando el jurado
de un juicio penal no logra ponerse de acuerdo sobre la culpabilidad de
un acusado y lo pone en libertad, a nadie se le ocurre decir que el
tribunal se mostró impotente sino que se dice, por el contrario, que el
tribunal se pronunció. Cuando el Consejo de Seguridad de la ONU, que es
una de las fuentes del derecho internacional, decide rechazar una
resolución lo que hay que admitir es que esa instancia se ha
pronunciado, independientemente de que estemos satisfechos o no con su
decisión.
Kofi Annan explicó su renuncia en los siguientes términos: «la
creciente militarización en el terreno y la evidente falta de unidad en
el Consejo de Seguridad han cambiado fundamentalmente las circunstancias
para el éxito de mi misión». Una declaración totalmente
inconcebible. El señor Annan aceptó sus funciones el 23 de febrero. En
aquel momento, el Ejército Árabe Sirio asediaba el Emirato islámico de
Baba Amro, donde unos 2 o 3 000 combatientes se habían atrincherado
junto a sus instructores occidentales, en momentos en que China y Rusia
ya habían recurrido por 2 veces a su derecho de veto. En realidad,
ninguno de los actores ha modificado su posición en lo más mínimo. Lo
único que ha cambiado es la correlación de fuerzas en el terreno: una
facción de la población siria que apoyaba a los grupos armados está
respaldando ahora al ejército nacional de Siria mientras que, después de
haber perdido el Emirato islámico de Baba Amro, los Contras no han
logrado apoderarse de Damasco, ni de Alepo, y actualmente carecen de
santuario. Kofi Annan está desertando del campo de batalla sirio, como
ya lo hizo en Chipre, en 2004, cuando su plan de paz para esa isla fue
rechazado por un referéndum.
La actitud de Annan indica que el ex secretario general de la ONU
veía su misión desde la perspectiva de un derrocamiento del presidente
al-Assad mediante el uso de la fuerza y ahora no sabe qué hacer ante el
fracaso militar del Ejército «Sirio Libre», respaldado por Occidente.
Evidentemente, la dimisión del enviado especial, aparte de expresar la
confusión de este último, también forma parte de la campaña occidental
tendiente a criticar una «parálisis de la comunidad internacional» y a atribuir la responsabilidad de dicha situación a Siria, Rusia y China.
Lo anterior revela el verdadero significado de toda esta agitación. A
los occidentales no les interesa para nada el bienestar de los sirios:
son precisamente los occidentales quienes están armando a los
mercenarios que torturan y cometen masacres a gran escala, y no tienen
la menor intención de dejar de hacerlo. Su actividad diplomática está
orientada única y exclusivamente a poner en tela de juicio la existencia
misma del derecho internacional, acusando a rusos y chinos de bloquear
el funcionamiento de los órganos de la ONU.
No se equivocó el muy obsequioso Ban Ki-moon. Al abrir el debate
sobre Siria en la Asamblea General de la ONU, el secretario general
desmintió el análisis presentado en la resolución. Ban Ki-moon no
denunció entonces la existencia de un conflicto entre sirios. Lo que
hizo fue deplorar «una guerra a través de intermediarios» cuyos
verdaderos contendientes son las grandes potencias, una guerra cuyo
objetivo no es precisamente apoderarse de Siria sino el ajuste de una
nueva correlación de fuerzas a nivel mundial.
Tichreen (Syrie)
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