lunes, 28 de marzo de 2011

Doctor Alejandro Dávila Bolaños.

Por Ignacio Briones Torres.

Uno sólo de los libros que escribió Alejandro Dávila Bolaños bastaría para que jamás, mientras exista Nicaragua, sea olvidado. Las generaciones por venir encontrarán en su obra de notable investigador de nuestra cultura indígena los mejores trabajos hechos hasta hoy para desentrañar la riqueza de nuestro pasado más remoto. Tendrán en los libros de Alejandro Dávila Bolaños el camino que su inteligencia abrió para continuar con fe en lo nicaragüense todo el futuro por venir. La eternidad.

Hombre extraordinario y sencillo, como todos los grandes hombres, consagró el brevísimo paso que es la vida a desarrollar una labor que ya es y lo será para siempre, patrimonio de la cultura nacional, en beneficio del pueblo bajo cuya inspiración y para quien trabajó siempre Alejandro.

Dentro de ese esquema y ese propósito, al que fue leal hasta su holocausto, es Alejandro Dávila Bolaños el único estudioso de "El Güegüense" que nos legó una interpretación dialéctica de ese drama épico indígena considerada -por todos quienes han laborado sobre ella- como la obra más antigua del teatro indígena indoamericano.

El profundo dominio que tenía de la dialéctica le facilitó esa interpretación, al tiempo que le permitió encontrar en el trasfondo de una obra teatral popular los términos de la lucha que conforman el único motor de la historia.

"Comenzada la Conquista -escribió Alejandro en su introducción a "El Güegüense"-, comenzó el genocidio sistematizado de la tribu indígena. Primero fueron exportados como ganado hacia las islas de las Antillas donde la población aborigen ya había desaparecido en su totalidad. Después siguieron los éxodos en masa, hacia las regiones mineras del norte, centro y oriente del país, por razón de que los naturales de aquellos lugares, huían hacia las montañas, no dejándose capturar, y oponiendo tenaz y victoriosa resistencia. Por último las Encomiendas y el trabajo forzado y gratuito, diezmaron aterradoramente la población aborigen, que en menos de cincuenta años había descendido de dos millones a escasos 300 mil, cifra que sólo hasta después de 1975, volveremos a recuperarla..."

¿Cómo respondieron los indígenas a esta matanza continua? -se pregunta en otro de los párrafos de la referida introducción. Y contesta: -Todos los cronistas relatan de muy diversos modos, los constantes levantamientos que los naturales hicieron permanentemente. Pero sobre todo llama la atención la primera gran huelga de úteros del mundo, que las mujeres indígenas nicaragüenses, en una protesta sin precedentes contra la esclavitud de que eran víctimas, realizaron durante el mandato de Pedrarias Dávila. Y documenta su teoría con el testimonio de Gómara: "No dormían (los indios) con sus mujeres para que no pariesen esclavos de españoles. Y Pedrarias, como en dos años no nacían niños, les prometió buen trato, y así parían o no los mataban".

Singular protesta, única en su género, que nos demuestra el temple y la calidad moral de los indígenas, que preferían renunciar al instinto primario de perpetuarse en el espacio-tiempo, antes de traer hijos que vivieran en la indignidad humana".

Y de ese temple y calidad morales era el propio Alejandro Dávila Bolaños. Descendiente él mismo de aborígenes mangues o chorotegas, había nacido en Masaya el año de 1922, cuando ya el general Augusto César Sandino se encontraba trabajando en La Ceiba y los marines yanquis permanecían hoyando el territorio de nuestra Patria.

Toda la obra de Alejandro Dávila Bolaños está llena del empeño rescatador del coraje y la dignidad del hombre nicaragüense. Coraje y dignidad con que él mismo enfrentó la vida y la muerte durante toda su existencia.

"Semántica náhuatl de los nombres geográficos de Nicaragua", "Semántica náhuatl de la flora y la fauna de Nicaragua", "Semántica de la mitología nicaragüense", "Los Maribios-Chontales de León"; "Biografía de un Cacique: Diriangén"; nuestro más remoto héroe antiimperialista, son apenas unas cuantas de las muchas tareas investigativas que Alejandro realizó.

De su puño y letra escribió una vez en la guarda de uno de sus libros refiriéndose a él mismo: "Consciente del subdesarrollo del país, trabaja con intensidad en su profesión de médico. En sus ratos de reivindicación escribe poesía de denuncia que sólo conocen sus amigos".

Sus amigos eran millares de compatriotas humildes, especialmente campesinos a quienes atendía como apóstol de la medicina, casi siempre sin recibir ninguna retribución como honorario por sus servicios. Por eso lo bautizaron con el nombre de "Médico de los pobres". ¡Esos eran los reconocimientos que a él le enriquecían mucho más que cualquier suma de dinero!

Junto a los pobres estaba también el día que lo asesinaron. La crónica de la siega informó oportunamente que, junto con otras personas, entre las que se encontraba el también médico Eduardo Selva, fue extraído del propio quirófano del Hospital de Estelí en donde practicaba una operación de urgencia a un herido en las acciones insurgentes de Semana Santa de 1979 en Estelí, y luego conducido al patíbulo y a la posterior quema de su cadáver. Sólo uno o dos días antes había conversado con varios periodistas que llegaron de Managua a cubrir la insurrección. Estos le habían sugerido la necesidad de que abandonara Estelí por el peligro que corría su vida. Un rotundo NO fue su respuesta, explicando que su deber era atender a los enfermos, permanecer en la ciudad donde había compartido los años más felices de su vida junto a su amada "mama", la compañera Merceditas, a la que amó como a una novia hasta la hora de su holocausto. Y en esa ciudad sus cenizas volaron anunciando el nuevo día de Nicaragua. Nos imaginamos esas cenizas cual hermanas gemelas de aquellas que elevaban los indígenas de los tiempos de la conquista alertando a las tribus de otras regiones el paso homicida y sangriento de los conquistadores.

Alejandro Dávila Bolaños vivió y murió como un hombre. Como un revolucionario auténtico. Compartiendo la tragedia de su pueblo al que se consagró. Es un inmortal.


Aporte del compañero Abraham Cubillo.


PLOMO


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Comandante Carlos Fonseca Amador.

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